En una escalada sin precedentes, el presidente Donald Trump está implementando una ofensiva contra los medios de comunicación y la cultura en Estados Unidos, dejando claro que las críticas hacia su figura no serán toleradas. La cancelación indefinida del popular programa de televisión de Jimmy Kimmel, luego de 20 años en el aire, y la demanda por 15.000 millones de dólares contra The New York Times son las acciones más visibles de una campaña con un alcance mucho mayor.
ABC, cadena propietaria del programa de Kimmel, anunció la suspensión tras un polémico comentario del presentador sobre el asesinato del activista ultraconservador Charlie Kirk, acusando además a la Casa Blanca de instrumentalizar políticamente el crimen. Brendan Carr, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) y fuerte aliado de Trump, dio órdenes claras para que Kimmel sea removido “por las buenas o por las malas”.
Trump no escatimó en declaraciones. Desde Gran Bretaña, señaló que los medios le hacen “mucha mala prensa” y afirmó que deberían perder sus licencias, pues los consideró transmisores del Partido Demócrata. “A partir de ahora, solo elogios y adulación”, sentenció el mandatario.
La demanda contra The New York Times, presentada en Tampa, Florida, acusa al diario y a cuatro periodistas destacados de difamación con malicia política intencionada. Los daños punitivos solicitados superan el valor de mercado del medio, aunque expertos consideran que la demanda tiene escasas posibilidades de prosperar. Más allá del aspecto legal, esta acción forma parte de una estrategia para intimidar y deslegitimar a la prensa crítica.
El periodista Jim Rutenberg calificó la ofensiva de Trump como “la represión gubernamental más severa contra las principales instituciones mediáticas en tiempos modernos”. Estos movimientos han generado una cacería de voces independientes, restringiendo la libertad de prensa y favoreciendo la adulación que el presidente exige.
Estas acciones llegan en un momento en que Trump también ha interpuesto demandas millonarias contra otros grandes medios, como The Wall Street Journal, y ha afectado la línea editorial de The Washington Post, que recientemente dejó de respaldar candidatos presidenciales, alineando su contenido a posturas favorables al exmandatario.
Con esta ofensiva, Trump busca consolidar su imagen y neutralizar cualquier crítica que pueda debilitar su influencia. Sin embargo, estas medidas han generado alarma y protestas entre periodistas, defensores de la libertad de expresión y observadores internacionales, que ven en esta estrategia un intento de socavar las bases democráticas y los principios de una prensa libre.