El asesinato de tres mujeres jóvenes en un nuevo hecho vinculado al narcotráfico no es solo una tragedia. Es también una radiografía brutal de un país que hace años sabe dónde está el problema, pero no se anima a enfrentarlo. Las víctimas son siempre las mismas: jóvenes, vulnerables, olvidadas por el Estado. Los victimarios también son los mismos: bandas criminales que avanzan gracias a la complicidad, la desidia o la inoperancia de quienes deberían detenerlas.
La dirigencia política entera, oficialismo y oposición, carga con una responsabilidad que ya no puede esquivar. No alcanza con declaraciones indignadas ni con discursos de ocasión. El narcotráfico no se combate con conferencias de prensa; se combate con políticas sostenidas, con coordinación entre provincias y Nación, con inteligencia criminal real y con una justicia que no funcione como un engranaje más de la impunidad.
Sin embargo, el panorama muestra lo contrario. Gobiernos que improvisan medidas reactivas después de cada crimen resonante. Oposición que se limita a señalar con el dedo pero no propone caminos serios ni factibles. Y detrás de ese juego de culpas mutuas, los narcos siguen ganando terreno, apropiándose de barrios enteros, reclutando a chicos y chicas que el Estado abandona, imponiendo reglas propias donde ya no llega la ley.
El asesinato de estas tres mujeres jóvenes debería ser un límite. Un punto de quiebre. Pero la experiencia demuestra que la política argentina, en su conjunto, se ha acostumbrado a convivir con el horror. Hoy es un triple crimen, mañana será otro femicidio narco, pasado un enfrentamiento en plena calle. Todo se olvida rápido. Todo se tapa con palabras vacías.
El narcotráfico no distingue banderas ni ideologías. Avanza porque encuentra un terreno fértil en la pobreza estructural, en la falta de oportunidades y en la corrupción que corroe a las fuerzas de seguridad y a la política. Y mientras la dirigencia siga dividida en mezquindades electorales, seguirá siendo imposible dar la batalla que hace falta.
El país necesita un acuerdo básico, urgente y real: enfrentar a los narcos como una cuestión de Estado, no como una bandera partidaria. Necesita un plan integral que combine seguridad, prevención social y justicia rápida. Y necesita también coraje político para sostenerlo en el tiempo, más allá de quién gane una elección.
Tres mujeres jóvenes asesinadas son la prueba más dolorosa de que estamos perdiendo esa batalla. La pregunta es simple y brutal: ¿qué más tiene que pasar para que gobierno y oposición se unan de una vez por todas a enfrentar este flagelo? Hoy fueron tres mujeres jóvenes; mañana puede ser cualquiera.