Verónica Zalazar, residente en Florencio Varela y madre de Mayte, de ocho años, relató el drama que vive su familia, inscripta en el plan Prodiaba (un programa que debería garantizar la entrega gratuita de medicación). La falta de suministros es constante, y las entregas, cuando ocurren, están incompletas. “Si te dan la insulina, no te dan las tiras reactivas, nunca te dan lo que le corresponde a la criatura”, explicó Verónica.
La angustia de Verónica es aún más profunda porque ya vivió una tragedia familiar: su hija mayor, Ailén, falleció a la misma edad que Mayte por un edema cerebral tras un coma diabético. Ahora, ante el desabastecimiento, Verónica debe sostener el tratamiento de su hija con donaciones. “Ahora lo que necesito son los sensores, porque me quedan tres, para un mes. Después, sería de vuelta un descontrol”, dijo, y alertó sobre la necesidad de Mayte de un monitoreo constante, ya que sin los sensores la tendría que pinchar “entre 15 o 20 veces al día”.
María José Martínez, madre de Benjamín (18), un paciente del Hospital Gandulfo, vive una situación similar. Su hijo lleva medio año sin recibir la insulina de acción prolongada, un medicamento vital que reemplaza la función básica del páncreas. “Si no tuviera este grupo de ayuda, mi hijo estaría internado”, afirmó.
El caso de estas familias no es aislado. María José reveló que su grupo de apoyo, que reúne a más de 300 familias, funciona como un sistema de supervivencia frente al abandono del sistema. La red de solidaridad, que organiza colectas de insulina, agujas y glucómetros, intenta tapar los “huecos” de un servicio de salud deficiente.