Una niña de dos años y medio llamada Aryatara Shakya fue proclamada recientemente como la nueva diosa viviente Kumari de Nepal, en un rito ancestral que marca el comienzo de un destino singular y un estilo de vida marcado por el aislamiento y la veneración pública. Esta ceremonia, que se llevó a cabo en Katmandú, representa la continuidad de una tradición que se remonta siglos atrás y que entrelaza creencias religiosas, cultura y poder simbólico.
Aryatara fue seleccionada tras superar un riguroso proceso de evaluación física, espiritual y astrológica supervisado por cinco sacerdotes budistas Bajracharya, el sacerdote real de Taleju y un astrólogo que examinaron 32 “perfecciones” que deben poseer las niñas candidatas. Entre estas cualidades figuran desde tener piel y cabello impecables hasta ojos oscuros y voz clara. Uno de los momentos más impactantes del proceso fue la llamada “Prueba de Valentía”, en la que la pequeña debía mantener la calma frente a cuerpos de búfalos sacrificados y hombres enmascarados cubiertos de sangre. Solo quienes superan este desafío sin mostrar miedo pueden asumir el título sagrado.
Una vez elegida, la Kumari es instalada oficialmente en el Kumari Ghar, un antiguo palacio en el corazón de Katmandú donde residirá, alejada de su familia y del mundo exterior, hasta que alcance la pubertad. Durante este tiempo, la niña se considera la encarnación viva de la diosa hindú Taleju, y su presencia se vincula con la protección y la fortuna para quienes pueden verla o recibir sus bendiciones. Los nepalíes, tanto hindúes como budistas, la veneran como una deidad, y altos funcionarios, desde presidentes hasta primeros ministros, se acercan a ella en busca de augurios y favores.
La vida cotidiana de Aryatara cambiará radicalmente: solo podrá salir en unas pocas ceremonias públicas al año, siempre vestida con un vestido rojo tradicional, con el cabello recogido y el símbolo del “ojo de fuego” pintado en la frente. Su movilidad estará estrictamente limitada, siendo transportada en un palanquín dorado donde sus pies no pueden tocar el suelo. Además, solo en contadas ocasiones tendrá contacto con sus familiares.
Esta tradición, aunque venerada, es también objeto de debate. Hasta hace poco, las niñas seleccionadas vivían sin acceso a educación ni contacto con el mundo exterior. Sin embargo, la presión de organizaciones de derechos humanos ha impulsado algunos cambios: actualmente las Kumaris reciben tutorías privadas y pueden rendir exámenes nacionales dentro del palacio, para intentar mitigar los efectos del aislamiento prolongado.
El término “Kumari” significa “soltera” o “virgen” en nepalí, y marca un estado temporal que termina con la llegada de la menstruación. Al alcanzar la pubertad, la Kumari debe renunciar a su título y reinsertarse en la vida cotidiana, un proceso que muchas veces resulta complejo tras años de aislamiento y veneración.
Esta ceremonia no solo representa un acto religioso, sino también un reflejo vivo de la rica y a la vez contradictoria cultura nepalí, donde las tradiciones milenarias conviven con los desafíos modernos de derechos y desarrollo social. La historia de Aryatara recién comienza, como un símbolo de fe, cultura y también de los cambios que enfrenta Nepal en pleno siglo XXI.