Leonardo Peluso – Periodista
Marcelo Gallardo regresó al club a mitad del año pasado. Esa vuelta tan rápida no estaba en los planes de nadie cuando dijo basta en 2022. Pero la dictadura de las inefables circunstancias no le dio opción y se subió a un tren destartalado y en movimiento. Desde entonces, poco pudo hacer y en el ambiente la frase «Gallardo ya no es el mismo» fue pendulando entre los signos de interrogación y los de admiración.
Ahora, tras el triunfo ante Racing que lo ubicó en semifinales de la Copa Argentina, recuperó esa confianza, aunque se sabe que, como los parches están pegados con engrudo acuoso, el margen para que retomen las dudas es extremadamente corto. Fueron demasiadas frustraciones apiladas en pocos meses, algo inédito para un proyecto de Gallardo.
No competir y caer sin atenuantes en los momentos claves de la Libertadores 2024 y 2025 ante equipos de Brasil; dejar las chances de campeón local el año pasado perdiendo un partido espantoso contra Independiente Rivadavia, que terminó en escándalo —algo inexplicable para un equipo de Gallardo—; una final ante Talleres con derrota por penales sin patear al arco; una eliminación de local ante Platense; no pasar la fase inicial del Mundial de Clubes por no poder ganarle a Monterrey; y caer de local con Riestra, lo llevaron a un lugar desconocido: el del fracaso.
Ni las grandes figuras que contrató, ni los millones de dólares puestos al servicio del proyecto, ni el apoyo incondicional de la dirigencia, ni el abrazo innegociable de los hinchas pudieron sembrar buenas sensaciones. Por eso, eliminar a Racing fue como levantar una Copa Libertadores. Le queda a Gallardo sostener en el tiempo esos vientos ganadores que durante casi una década lo distinguieron y que desde su regreso no llegaron a ser ni un soplido.
Si bien cuesta encontrar razones y todo está más vinculado al creer y a ese acto de fe que poco tiene que ver con certezas, en este caso el pasado es un valor y una carta fuerte. Las vitrinas del museo siguen siendo su escudo protector, pero el propio Gallardo sabe más que nadie que, por más que odie estos tiempos de scrolleo y de satisfacción instantánea y que sienta como una injusticia que la última noticia tape la historia, no va a cambiar el clima de época y que lo único que puede y debe cambiar es a su equipo.
River, además de ganar, tiene que empezar a parecerse al River de Gallardo. Hasta ahora, y con las excepciones de haberle ganado a Boca —chispas que no fueron fuego—, el sello del Muñeco no volvió con él y se quedó anclado en el puerto de su primera gestión. Tiempo, recursos, apoyos y poder tiene. Pero deberá demostrar que, además del pasado, hay futuro feliz. Sólo así logrará que la brutalidad del presente no le achure la historia y la reduzca a una mueca.