La redacción habló con Gustavo Garzón, actor y director con más de cuatro décadas de trayectoria, quien reflexiona sobre su vocación, los cambios culturales, la actualidad política y su último documental Buscando a Shakespeare.
La redacción habló con Gustavo Garzón, actor y director con más de cuatro décadas de trayectoria, quien reflexiona sobre su vocación, los cambios culturales, la actualidad política y su último documental Buscando a Shakespeare.
Gustavo Garzón sigue siendo una voz lúcida, sensible y apasionada dentro de la cultura argentina. Actor y director, habla sin filtros sobre su vocación, los cambios en la televisión, la situación política actual y su nuevo documental Buscando a Shakespeare. Entre la reflexión y la emoción, reafirma su convicción: el arte como forma de resistencia y de verdad.
— Antes de meternos en la actualidad, me gustaría saber: ¿qué es lo que te inspiró a vos para ser actor, con el carrerón que hiciste?
— No lo tengo muy claro. Tengo algunas conjeturas, pero en realidad no sé por qué. Viste que la vocación un poco te toma, no es algo que uno elige, sino que te sentís tomado por algo y tenés que caminar atrás de eso. No hay opción: cuando tenés una vocación, no tenés mucha opción. Si no, estás condenado al sufrimiento, a la frustración o al sentimiento de vacío. Yo me sentí tomado por esta vocación alrededor de los veinte años, diecinueve. Sin saber bien qué buscaba, me metí en la Escuela Nacional de Arte Dramático. No tenía antecedentes familiares ni nada; había ido una sola vez al teatro, en el secundario, y me impactó. Una profesora de literatura nos llevó a ver una obra en el Pairó. Supongo que ahí se me detonó algo personal.
Cuando empecé a estudiar teatro me sentí muy a gusto con el ambiente, con la gente. Sentí que había encontrado el grupo social con el que quería caminar. Trabajaba de día, iba al conservatorio de noche, y rápidamente sentí interés por la actuación. Después empecé a estudiar afuera con otros maestros, porque el conservatorio estaba en época de dictadura y no era el mejor clima. Abandoné en segundo año y me pasé a la Escuela Municipal. Toda mi camada también abandonó la Nacional y formamos un grupo de teatro. Hacíamos obras en los barrios, en los clubes, gratis para la gente. Yo me consideraba un poco militante político, aunque pasivo. Sentía que hacía militancia con el teatro.
Recuerdo muy fuerte el primer aplauso, se ve que lo necesitaba. Nunca me habían aplaudido, soy hijo del medio: todas las miradas estaban en mis hermanos, así que andaba buscando que me miraran, que me escucharan, que me reconocieran. Encontré eso en el teatro. Después fue un viaje inacabable: como actor, escritor, productor, director, todo lo que tenga que ver con la narrativa, la ficción y la no ficción. Últimamente me vuelco al teatro casi documental, y estoy escribiendo algo al límite de lo autorreferencial. No lo siento como mérito: no tengo mucha imaginación para la ficción, así que escribo sobre mí, lo que me sale.
— Muchas de las grandes historias parten de la realidad, que después se ficciona.
— Sí, pero siempre está el cuestionamiento de si eso es arte o creación. Hice una obra que se llamó 200 golpes de jamón serrano, un biodrama que me dejó muy afectado, para bien. Si no me llaman para hacer ficción, como ahora, me invento mi autoficción autorreferencial.
— A lo largo de tu carrera atravesaste muchos papeles distintos. ¿Qué sentís que cambió desde aquellas primeras apariciones hasta ahora?
— Básicamente cambié yo. No es el afuera el que determina el recorrido, sobre todo en nosotros, que dependemos de que nos convoquen. A los 34 o 35 años viví muchas cosas juntas: tuve hijos con discapacidad, me separé, murieron mis padres. Todo eso me cambió. Pasé de ser el muchacho bueno de barrio al que llamaban para novelas, a que me llamaran para hacer de malo. Me endurecí un poco, por necesidad. Pero me da igual hacer de bueno o de malo, mientras me llamen.
— Y te sale muy bien…
— Siempre me esmero mucho. En este oficio no se puede regalar nada, cada oportunidad es una prueba, un examen. El pasado no juega: tenés que demostrar hoy que todavía tenés fuerza, entusiasmo y calidad. Me esmero en todo, incluso en las cosas malas, que son más difíciles.
— ¿Te quedaste con ganas de interpretar algo que todavía no hiciste?
— No, nunca tuve ganas de un papel en particular. No soy un actor típico, nunca soñé con hacer Shakespeare, aunque ahora me dan un poco de ganas. Me entusiasman más los proyectos que los papeles: quién dirige, cómo es el guion. Nunca soñé con un papel ni estoy esperando ninguno.
— ¿Alguna vez dijiste que no a un proyecto por una cuestión ética o política?
— Creo que no. Hice de Videla, pero en el marco de una serie donde se lo trataba como lo que era. Si tuviera que hacer un papel donde se lo reivindique, como hace la vicepresidenta, no podría. Tengo mis límites, no voy a hacer apología del mal. Pero la verdad, la gente de la cultura en general no es de derecha. La mayoría somos de centroizquierda o izquierda, por eso se ataca tanto a la cultura: porque saben que no votamos a la derecha.
— Vos siempre fuiste muy comprometido con la realidad. ¿Qué opinión te merece lo que está pasando ahora con las medidas del Gobierno?
— Nada me sorprende. Lo único que me impactó fue que ganara las elecciones. Este hombre es un provocador, insensible, con discurso violento. Despide gente y lo festeja, es antikirchnerista, persigue a los que piensan distinto. Todo eso lo anunció, así que no sorprende, lo que sorprende es que haya ganado en un país como el mío. Creo que muchos no midieron lo que hacían, se dejaron llevar por TikTok o por el hartazgo. Pero también la clase política debe hacerse una autocrítica. Y los medios de comunicación tienen gran responsabilidad: acá hay periodismo de guerra desde 2008, demonizaron al kirchnerismo, y mucha gente les creyó. Eso pasó también en Brasil, Ecuador. Es muy difícil luchar contra eso.
— ¿Qué impacto creés que tiene esto en la cultura?
— No creo que tengamos gran impacto. Somos un sector minoritario. Nos desfinanciaron el INCAA, la TV ya estaba muerta. Resistimos como podemos, pero sin apoyo del Estado es casi imposible filmar. No creo que nuestra voz cambie nada: los medios tienen más poder y recursos. Hay una desigualdad enorme.
— ¿Creés que van a volver los años dorados de la televisión abierta?
— Soy escéptico. La televisión es un negocio. Desde que llegaron las series, bajó el rating y la inversión publicitaria. La ficción es cara. Para que vuelva tendría que haber subsidios del Estado o que bajen mucho los costos, pero nadie quiere perder plata. Lamentablemente no lo veo posible. La televisión fue nuestro sostén económico; con ella pagábamos el alquiler. Hoy no se puede vivir de eso, y la gente tampoco se da cuenta de que no hay más actores en pantalla.
— ¿Y cómo te llevás con las redes sociales?
— Las uso a mi favor, para promocionar mis cosas, mostrar a mi familia. No les doy tanto valor, pero tampoco las desprecio. No hago arte en redes, aunque debería aprender. No me parece inferior. Me gustaría pertenecer a ese mundo, pero por ahora me manejo con Instagram.
— Hace poco dirigiste Buscando a Shakespeare. ¿Qué te inspiró?
— La curiosidad. Me gusta hacer documentales. Conocí a Mariana Sagasti, que investiga el misterio del origen de Shakespeare. Hay académicos ingleses que dudan de que el Shakespeare que conocemos haya existido como tal. Firmaron la “Declaración de la duda razonable” y fueron casi desterrados por eso. Me pareció fascinante. Filmamos en Inglaterra y en Buenos Aires e incluí a colegas como Pompeyo Audivert, Ricardo Bartís, Joaquín Furriel, Muscari, entre otros. Mostramos cómo los argentinos reinterpretamos a Shakespeare. Es un falso documental: interpreto a un actor que nunca hizo Shakespeare y termina haciéndolo.
— El documental se proyectará pronto, ¿qué esperás de su recepción?
— Se proyectará el 11 de octubre en el Malba y el 18 en el Templo Masónico. Ojalá se venda en Inglaterra; hasta ahora gané dos pesos con veinte.
— ¿Y cómo ves a las nuevas generaciones de actores?
— Las veo potentes. El teatro argentino es vital, un semillero impresionante. Hay todo tipo de estilos. Cada vez se estudia más, hay más técnica. No sé si es mejor o peor, pero es distinto. Nosotros éramos más naturalistas, ahora son más expresivos, manejan mejor el espacio escénico. Yo me considero un artista, no un intelectual. El artista no es solo el que hace, sino el que se deleita con lo que ve. Me sigo emocionando con lo que me interpela.
Gustavo Garzón se despide con la calma de quien sigue eligiendo el arte como forma de vida y de resistencia. Habla con la misma pasión del joven que descubrió su vocación sin buscarla. En cada palabra late su certeza: que la sensibilidad, aún en tiempos difíciles, sigue siendo el mejor refugio y la manera más valiente de estar en el mundo.
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