Leonardo Peluso – Periodista
Nunca en su primera etapa, ni en la actual, Marcelo Gallardo atravesó un desierto parecido. Hubo crisis y malos resultados, pero esta falta de identidad y desilusión son terrenos inéditos en su vida como entrenador. Jamás estuvo en racha de 6 derrotas sobre 7 partidos, nunca necesitó de 31 jugadores para disputar 18 partidos y menos aún tuvo en sus planteles tantos chicos debutando más por urgencia que por planificación.
Tampoco existe registro alguno de estar tanto tiempo sin poder decir acá hay dos o tres buenos partidos que sirvan como ejemplo de visualización que se puede. De los 71 partidos que dirigió en un año y un par de meses, cuesta encontrar alguno con el sello del DT. Por efecto empuje tampoco ganó nada, ni siquiera esa final de Copa Nacional ante Talleres que perdió por penales sin haber pateado al arco en los 120 minutos de juego.
El pasado aún tiene fertilizante y sobre todo respeto y confianza, pero lo que ya no está es ese cono del silencio que su espalda y sus logros funcionaban como escudo para los jugadores. Eso se rompió y a los hinchas la gloria les queda cada vez más lejos. Más aún en estos tiempos de ansiedad y satisfacción urgente. Lo que alguna vez pidió el DT en medio de un mal momento, cuando dijo que la última noticia no tape la historia, hoy parece un pedido casi de limosna.
Las derrotas con Riestra y con Sarmiento hubieran abierto el debate de la continuidad de cualquier entrenador, pero Gallardo no es cualquier entrenador y aunque sea incorrecto aclararlo, él más que nadie tiene derecho a fracasar y hasta quizá lo necesite para sentir a qué saben los fideos pegados de ayer. El asunto lo tiene en sus manos y, como dijo varias veces, no está en su libro de reglas la claudicación y menos en River.
Hace algunos años, luego del gran 2015 cuando el equipo culminó el año en aquel tremendo Japón y Barcelona de Messi, Suárez y Neymar, quien suscribe estas líneas preguntó por el futuro. Eran tiempos donde la dirigencia de River no quería dar otro salto y Gallardo se quejaba por el apoliyo en los laureles. Su fastidio era evidente y la presión también. “¿Para qué seguir renegando luego de ganar todo?” Fue la pregunta. La respuesta llegó algunos años después: “Si me hubiera dado por vencido y me retiraba con esa gloria no hubiera existido Madrid”.
Gallardo vive su crisis y su peor momento en River. Es un entrenador en un período por el que pasan todos: “no le sale una maldita canción”. Pero claro, es Gallardo que siempre inventó algo para salir por arriba de cualquier laberinto. ¿Y si ahora no puede? ¿Si esta vez no tiene el súper poder? ¿Si le llegó la hora del fracaso? ¿Si su saber y su intuición tienen que volver a empezar? ¿Por qué no le puede tocar a él?
El año no terminó para saber las respuestas a estas preguntas, pero lo que sí sabe el DT es que la solución la tiene él o al menos el mapa y los rastros para encontrarla. Porque a Gallardo lo va a salvar Gallardo, sabiendo que le sobra combustible para frenar y arrancar de nuevo las veces que lo sienta necesario.