A 74 años de su nacimiento, Charly García sigue siendo el reflejo brillante y complejo de la Argentina: un músico indispensable que transformó el rock nacional en un fenómeno cultural.
A 74 años de su nacimiento, Charly García sigue siendo el reflejo brillante y complejo de la Argentina: un músico indispensable que transformó el rock nacional en un fenómeno cultural.
Hablar de Charly García, además del desborde automático que genera en cariño y el orgullo de lo propio, es sinónimo de referirse a un icono argentino que trasciende generaciones y géneros. Más que un músico, Charly es un fenómeno cultural, un “fulgor argentino” que ilumina el mapa emocional e identitario del país desde fines de los años 70 hasta hoy. Su obra, su personalidad y su forma de vivir la vida lo convierten en un espejo de la sociedad argentina, con sus luces y sus sombras.
Charly García emerge en la escena musical como un joven prodigio, cuando todavía brillaba al frente de Sui Generis, aquella dupla con Nito Mestre que cantaba a la juventud a través de álbumes clásicos como Vida (1972) y Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (1974). En esas canciones, la inocencia se combinaba con la crítica social, casi un anticipo de lo que sería la voz rebelde de un futuro singular. Canciones como “Canción para mi muerte” se convirtieron en himnos generacionales durante la última dictadura militar, donde el arte también era resistencia.
El siguiente paso en su exploración artística lo llevó a formar parte de Seru Giran en los 80. La banda emblemática formada por Charly García, Pedro Aznar, David Lebón y Oscar Moro, fue mucho más que un proyecto musical: fue un verdadero regalo para la rocola del rock argentino y un símbolo de una época de profundas transformaciones sociales. En plena dictadura, Serú Girán introdujo una fusión innovadora de rock, jazz y música clásica con letras cargadas de crítica social e identidad nacional. Temas como “Seminare” y “Canción de Alicia en el país”, se convirtieron en clásicos imprescindibles que trascendieron generaciones, logrando conectar y unificar a públicos diversos. La banda fue apodada “los Beatles criollos” por su capacidad para romper barreras y posicionar al rock nacional en un lugar masivo y respetado. Su legado no solo está en los discos, sino en el cambio cultural que impulsaron, sacando al rock argentino del ghetto y dándole un protagonismo central en la construcción de la identidad musical del país.
Fue con el retorno de la democracia, allá por 1983 que Charly inauguro su carrera solista, y la que
-definitivamente- instaló la leyenda de Charly como un “fulgor argentino”. Allí fue cuando vio la luz Clics Modernos, grabado casi íntegramente en los legendarios estudios Electric Lady Studios de Nueva York, el disco refleja el deseo de Charly por experimentar y renovar su sonido. Para la grabación, instaló un estudio en un loft neoyorquino, comprando múltiples instrumentos y equipo de última tecnología para la época, como el sintetizador Roland Jupiter-6, el Moog y la caja de ritmos Roland TR‑808, que reemplazó en buena parte la batería tradicional. Además, contó con la colaboración de Pedro Aznar en bajo fretless y voz, el guitarrista Larry Carlton y el baterista Casey Scheuerell.
El trabajo se destaca por su riqueza sonora, combinando new wave y pop. Aunque inicialmente recibió críticas mixtas, Clics modernos es ahora considerado uno de los mejores discos del rock nacional, con temas emblemáticos como “Nos siguen pegando abajo” o “No soy un extraño”, que siguen marcando a generaciones. Charly mismo recordó en una entrevista con Rolling Stone que alquilar el estudio fue una inversión importante para plasmar en Nueva York ese disco revolucionario que revolucionó la música local y global.
En esta época brillante de García, lo sucedió Piano bar , lanzado en 1984, no solo representa una de las obras maestras de Charly García, sino también un momento clave en su carrera y en la historia del rock argentino. La grabación del álbum fue un proceso sumamente rápido y artesanal: Charly alquiló un estudio en Buenos Aires, llamó a sus músicos –entre ellos Willy Iturri, Pablo Guyot y Alfredo Toth– y, casi sin preparación previa, decidieron grabar en unos días. Lo notable fue su método: Charly les daba una simple guía de cómo debía sonar cada tema, y luego dejaba que cada músico improvisara, en línea con el estilo de artistas como Bob Dylan o Elton John, que él admiraba. El resultado fue un disco con una energía cruda, directa y visceral, en el que se perciben los errores, las improvisaciones y la intensidad de aquel momento.
Para la presentación eligió el Luna Park, en estos conciertos participaron músicos destacados como Pablo Guyot, Alfredo Toth, Willy Iturri y Fito Páez, además del legendario Luis Alberto Spinetta, invitado especial que recibió una ovación cerrada. Más que un recital, Piano Bar fue concebido como un refugio del arte y la locura, del dolor y la pasión, un espectáculo integral donde Charly reafirmó la potencia de su propuesta artística en un marco excepcional.
La personalidad de Charly también es parte de su mito. Charly en algún punto hizo todo lo que a muchos argentinos le hubiera gustado hacer, putear a Lanata en vivo y tirarse de un noveno piso. Viviendo al filo de la vida, irreverente, incorregible e irresponsable, se convirtió en ese genio descontrolado, que refleja las contradicciones de una sociedad que busca su identidad. “siempre hay que seguir”, dijo con esa voz arenosa y particular saliendo de la pileta a la que se arrojo desde el edificio en unas bermuditas rojas.
En la década del 90, con discos como Say No More (1996), Charly continuó su camino exploratorio, incorporando sonidos electrónicos y letras introspectivas. Ya no sólo era un músico de la calle, sino un creador global, un artista que hablaba desde Buenos Aires al mundo, pero sin perder nunca esa chispa argentina que lo distingue. A pesar de sus altibajos personales, su música seguía calando fuerte en público y crítica.
Lo que hace a Charly García tan esencial para la sociedad argentina no es sólo su calidad artística, sino todo lo que representa: la libertad creativa, la crítica social y política, el atrevimiento para romper esquemas, y esa capacidad de reinventarse una y otra vez. Es en su música donde millones de argentinos han encontrado una voz propia, una forma de expresar sus angustias, sus sueños y su identidad. De allí que Charly no es solo un músico, sino un emblema cultural, un reflejo vivo del alma nacional.
Hoy, en su aniversario de vida número 74, Charly sigue siendo la sangre que corre por la arteria cultural de este país, una luz que nunca se apaga y que sigue inspirando a músicos, artistas y público de todas las edades. Cada disco, cada nota, cada historia suya es parte de -mínimamente- un momento en la vida de cada argentino. El termómetro viviente de nuestra sociedad y -verdaderamente el único- que prende y apaga la luz.
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