Quedarse sin dormir 24 horas seguidas impacta en el cuerpo y la mente de forma similar a un nivel de alcohol en sangre del 0,10%, superior al límite legal para conducir . Después de un día sin descanso, se dificultan la concentración, la toma de decisiones, el control de impulsos y la regulación emocional, vinculadas a un mal funcionamiento del lóbulo prefrontal.
Además, la privación aguda de sueño aumenta la tensión muscular y el riesgo de accidentes. El sistema inmunológico se debilita considerablemente, reduciendo hasta un 70% la producción de células defensivas, lo que incrementa la vulnerabilidad a infecciones. También se producen desequilibrios hormonales que afectan el apetito, favoreciendo el consumo de alimentos calóricos y el aumento de peso temporal.
A nivel cardiovascular, subir la presión arterial y la hormona del estrés (cortisol) genera un riesgo transitorio para personas con predisposiciones. El deterioro cognitivo se refleja en dificultades para mantener la atención, realizar tareas complejas y procesar información nueva.
Aunque muchos síntomas desaparecen tras recuperar el sueño, la repetición o la privación crónica pueden derivar en daños cerebrales, trastornos psiquiátricos y alteraciones metabólicas graves. La ciencia recomienda mantener rutinas regulares de descanso para preservar la salud física y mental.