Sin embargo, el verdadero reto fue social: soportar la violencia y el juicio de quienes no comprenden ni aceptan otra forma de ser y de hacer familia. Ian denuncia con firmeza cómo la sociedad utiliza a las personas trans como chivos expiatorios de su intolerancia. Explica que la violencia no solo se dirige a él como individuo sino que implica a sus hijos, en un escenario donde hasta quienes se dicen provida le cargan —no sin cierta hipocresía— esa agresión. Él elige no alimentar ese odio.
Ya es de larga data que las maternidades y las paternidades siempre pueden ser tópico de opinión en cualquier sobremesa. De qué forma se cría, se gesta, se construye familia; no han faltado nunca los opinólogos seriales y expertos en casi todas las verdades de la vida, para brindar su mirada sesgada sobre determinado asunto. Imagínense en pleno desarrollo de las paternidades trans.
“Me parece que la sociedad en general debería mirar menos hacia afuera y tranquilizarse un poco, fijándose más en su propia vida. Entiendo que hoy en día vivimos en un juego donde todo está expuesto y todos son opinólogos de las vidas y experiencias ajenas, muchas veces sin tener más que una opinión sin contenido ni formación. Eso habla mucho de la sociedad misma. En mi caso, la paternidad fue elegida, presente y consciente; ha sido y sigue siendo un desafío construir y seguir construyendo una paternidad a mi altura y a la de mis hijes, y eso ya es mucho.”
Su aprendizaje principal, dice, fue darle menos importancia a la opinión social:
“Si volviera a empezar, haría todo igual, pero con mayor tranquilidad, sin tomarme muy en serio lo que opinen los demás.” Para Ian, la clave está en centrarse en el amor, en el vínculo verdadero con sus hijes, en hallar y elegir un modo de vivir conectado consigo mismo, sin perpetuar el odio que tanto se vierte hacia su comunidad.