Los testimonios recogidos evidencian violencia física y psicológica constante, que incluyó golpizas, violencia sexual y condiciones carcelarias inhumanas.
Según las víctimas, fueron sometidas a detención prolongada en régimen de incomunicación, sin acceso adecuado a higiene, atención médica ni actividades recreativas.
Los abusos habrían comenzado desde su llegada, forzándolos a arrodillarse y afeitarse la cabeza, con golpes reiterados por parte de guardias y policías antimotines.
El informe documenta que estas violaciones de derechos humanos no fueron incidentes aislados, sino prácticas sistemáticas durante toda la detención. Algunos detenidos describieron ansiedad y trauma psicológico crónico, manifestando temores constantes ante la violencia continua.
Además, HRW y Cristosal señalan que el gobierno de Estados Unidos incumplió el principio internacional de no devolución (non-refoulement) al deportar a los venezolanos a El Salvador, ignorando los riesgos previsibles de tortura y malos tratos, y se acusa al gobierno estadounidense de complicidad por falta de transparencia con las familias y por facilitar estas deportaciones a lugares de alto riesgo.