“La verdadera recompensa: ser parte de las historias familiares a través del juego”

En esta entrevista, Daniel Dimare, director de Marketing y Relaciones Institucionales de Rasti el juguete de la infancia de muchas generaciones, repasa los valores que mantienen viva la marca, el desafío de seguir fabricando en Argentina y el horizonte de la robótica educativa y la inclusión.

Daniel Dimare, director de Marketing y Relaciones Institucionales de Rasti
Daniel Dimare, director de Marketing y Relaciones Institucionales de Rasti

Hablar de Rasti es hablar de una parte entrañable de la infancia argentina. Pero detrás de esos ladrillitos que inspiraron a generaciones, hay una historia de familia, de resiliencia y de amor por la producción nacional.
En esta entrevista con LR, Daniel Dimare, director de Marketing y Relaciones Institucionales de Rasti, repasa los valores que mantienen viva la marca, el desafío de seguir fabricando en Argentina, los proyectos de robótica educativa y las iniciativas de inclusión que los atraviesan. Entre anécdotas, sueños y convicciones, se refleja una certeza: jugar no solo es construir, también es creer en lo posible.

— Rasti es sinónimo de infancia en Argentina. ¿Cómo definís el espíritu de la marca hoy en día? 

Rasti es inspiración para grandes y chicos, para los futuros constructores. Es creatividad y es futuro. Porque Rasti hoy no solo representa juego, sino también aprendizaje: habilidades para el futuro, como la robótica. 

— Tu papá, Antonio Dimare, fundó la empresa hace casi seis décadas. Este año cumplen 60 años, ¿verdad?, ¿qué valores familiares creés que se mantienen vivos hoy en día?

Si, este año cumplimos 60 años. Los valores que seguimos manteniendo son principalmente la honestidad y la autenticidad. El trabajo en equipo, el respeto por las personas y, sobre todo, la pasión por lo que hacemos. Nunca estuvimos en la empresa porque nos obligaron, sino porque quisimos, porque nos apasiona. Y creo que eso se nota: el deseo de crecer, de progresar a través del trabajo.

Realmente es impresionante, 60 años de trayectoria… ¡y con la mira puesta en los 100!. En 2007 realizaron la llamada “Operación Rescate Rasti”, que devolvió la producción al país. ¿Qué significó ese momento para ustedes?

— Nosotros veníamos de la crisis de 2002. Hasta ese momento habíamos sido importadores durante una década. Pero después de la crisis tuvimos que volver a fabricar en Argentina. En ese proceso dijimos: “¿Y si recuperamos Rasti?”, que se había perdido hacía casi treinta años. Así fue como la reincorporamos a nuestro portfolio de marcas, para devolverle a la empresa un valor simbólico muy grande y volver a fabricar Rasti en el país. Para nosotros fue un gran desafío y un sueño cumplido. Mi viejo, desde los años 70, había querido comprar la marca y no había podido. Para mí fue el sueño del pibe: de chico jugaba con Rasti, y después poder fabricarla fue increíble. Ese proceso significó una transformación total para la empresa. Empezamos a salir en los medios, crecimos muchísimo y de un año a otro aumentamos nuestra facturación más del 80%, en un contexto sin inflación. Pasamos de ser 11 personas en 2001 a 100 en 2006 o 2007. Tuvimos que aprender, capacitarnos y reestructurarnos completamente. Fue un gran desafío y también un enorme aprendizaje.

— Hablando de la producción local, ¿cuál creés que fue la clave para sostenerla y seguir creciendo, sobre todo en un contexto donde a veces se abren las importaciones?

— No sé si hay una fórmula universal, pero te puedo contar lo que a nosotros nos funcionó. Primero, tener productos de calidad y con diseño, capaces de competir con cualquier cosa que venga de afuera. Segundo, tecnificarse, automatizar ciertos procesos, de envasado, de decoración para mantener costos acordes.
Y tercero, diversificar: no depender de una sola línea o de un solo canal. En nuestro caso, trabajamos con distintas marcas para diferentes públicos lo que
nos permitió estar presentes en distintas etapas de la infancia y también en diferentes momentos del mercado. Además, diversificamos las verticales del negocio: Por un lado, desarrollamos productos para terceros, como empresas automotrices o de alimentos y por otro lado, tenemos la vertical educativa: Rasti Robótica Educativa, que va directo a los colegios, no a las jugueterías. Es un canal completamente distinto, con otros tiempos y objetivos. Todo eso nos da estabilidad y presencia durante todo el año, y nos permite seguir creciendo incluso cuando el mercado del juguete tradicional está más lento.

 

— Justamente te iba a preguntar sobre esa línea educativa. ¿Cómo fue la evolución hacia la robótica y la tecnología?

— Siempre tuvimos el deseo de estar presentes en las escuelas. Desde sus comienzos, Rasti estuvo muy vinculado a la educación, así que fuimos probando distintos caminos hasta que encontramos esta idea de desarrollar kits de robótica educativa. Creamos un sistema con piezas Rasti electrónicas, un microprocesador y materiales didácticos para docentes, con teoría y práctica. La idea es que los chicos aprendan los fundamentos de la robótica, pero también que desarrollen pensamiento lógico, creatividad y resolución de problemas, armando sus propios robots y programándolos desde una computadora. Fue un proceso largo, pero muy gratificante, porque nos permitió ampliar el universo de Rasti y llegar a un nuevo tipo de público: las escuelas, los docentes y los chicos que hoy aprenden jugando con tecnología. 

— En los últimos años también lanzaron proyectos con impacto social, como Hecho con producción inclusiva. ¿Podés contarme un poco más sobre eso y qué lugar ocupa la inclusión dentro de la empresa?

— Desde hace años trabajamos con una ONG llamada La Usina, que tiene talleres protegidos donde adultos con discapacidad realizan diferentes tareas. Al principio les encargamos trabajos puntuales, como armado o decoración de muñequitos. Después, juntos nos propusimos algo más grande: crear un producto completamente nuevo, hecho por ellos. Así nació Rasti Sorpresa, donde las personas con discapacidad diseñaron los personajes, el packaging y toda la propuesta. Los personajes son maravillosos: un perrodrilo (mitad perro, mitad cocodrilo), una jirafa de mar, un lagarto árbitro, entre otros. Todo con una imaginación única y un mensaje inclusivo muy fuerte. Para nosotros fue un orgullo, porque demostró que una PyME también puede generar impacto positivo, dar trabajo y contribuir a la comunidad. No se trata solo de ser exitoso, sino también de ser valioso para el entorno donde uno trabaja.


— Rasti se convirtió en un caso de estudio en universidades y escuelas de negocios.
¿Qué creés que inspira de su historia a los emprendedores y futuros empresarios?

— Creo que lo primero es mostrar que en Argentina se pueden hacer cosas.
Rasti fue una marca que había desaparecido durante treinta años, y una PyME familiar logró recuperarla y volver a producirla. Detrás hay una historia de inmigrantes italianos, de trabajo en familia, de perseverancia. Eso lo hace un caso distinto, porque no es teoría, es una historia real, muy cercana. Cuando presentamos el caso en universidades, los alumnos no leen algo de otro país, sino que escuchan a personas que lo vivieron. Y eso inspira, porque ven que no se trata de un modelo imposible, sino de algo que puede hacerse acá. Hoy, incluso, recibimos misiones académicas internacionales que vienen a conocer la fábrica y escuchar la historia. Les sorprende ver cómo una PyME argentina pudo reinventarse, crecer y mantener la producción local. Para nosotros, eso es un orgullo y una responsabilidad.

¿Cómo logran mantener el equilibrio entre lo clásico y lo innovador? Hoy los chicos están muy expuestos a las pantallas y los estímulos digitales. ¿Cómo compiten con eso desde el juego tradicional?

Es un gran desafío. Por suerte, hoy muchos padres reconocen los efectos negativos del exceso de pantallas: afectan la motricidad, la creatividad, la atención. Nosotros trabajamos para revalorizar el juego como experiencia compartida. Decimos que jugar hace bien, que jugar une. Queremos ser aliados de los padres, para que encuentren en Rasti una forma de conectar con sus hijos, de tener un momento de calidad juntos, lejos de las pantallas. Cuando te sentas a jugar, se genera algo único: una burbuja de concentración y disfrute, ese flow en el que te olvidás del reloj y del celular. Eso queremos mantener vivo: el valor del juego como espacio de vínculo, de creatividad y de aprendizaje.

— Y en ese sentido, ¿qué significa para vos ver que padres e hijos siguen jugando con Rasti?

Es una enorme satisfacción personal. Hay chicos que conocí cuando relanzamos Rasti en 2007, que tenían tres años, y hoy están en la universidad. Algunos incluso estudian diseño o ingeniería, inspirados por haber jugado con Rasti. Hace poco, el hijo de un fanático de la marca trajo a sus compañeros y profesores de la UADE a visitar la fábrica. Eso, para mí, es muy fuerte. Ver que dos generaciones comparten ese amor por la marca, que sigue despertando creatividad y curiosidad, es lo más lindo que nos puede pasar. Estar presentes en la infancia de alguien y seguir acompañándolo en su vida adulta es algo que no tiene precio.
Y creo que ahí está la verdadera recompensa: ser parte de las historias familiares a través del juego.

— Para ir cerrando, ¿qué sueñan construir de acá a los próximos diez años? (Ya dijimos que hasta los cien años no paran, pero pensemos en el futuro más cercano)

— Nuestro gran desafío y objetivo a futuro es seguir desarrollando la línea de robótica educativa, ampliando los equipamientos y materiales para que más chicos aprendan, se inspiren y desarrollen habilidades para su futuro. También queremos crear nuevos juguetes y temáticas que sigan fomentando el juego compartido, la imaginación y el aprendizaje en familia. Además, estamos siempre atentos a las nuevas tecnologías: analizamos qué puede aportar cada innovación al mundo del juego. Ya incorporamos impresión 3D y realidad aumentada en algunos productos, y seguimos explorando esas áreas. La idea no es reemplazar el juego tradicional, sino enriquecerlo con herramientas que lo hagan más atractivo y desafiante para las nuevas generaciones. En definitiva, el sueño es seguir creciendo sin perder la esencia, mantener ese equilibrio entre la tradición, la creatividad y la innovación que nos trajo hasta acá.

A lo largo de seis décadas, Rasti se convirtió en mucho más que un juguete: es un puente entre generaciones, un símbolo del trabajo argentino y un ejemplo de cómo la innovación puede tener un corazón profundamente humano. Mientras sigue expandiéndose hacia la robótica, la inclusión y las nuevas tecnologías, la marca mantiene su esencia: crear, compartir y soñar.
Y como dice Daniel Dimare, la meta no es solo fabricar juguetes, sino construir futuros.

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