— Justamente te iba a preguntar sobre esa línea educativa. ¿Cómo fue la evolución hacia la robótica y la tecnología?
— Siempre tuvimos el deseo de estar presentes en las escuelas. Desde sus comienzos, Rasti estuvo muy vinculado a la educación, así que fuimos probando distintos caminos hasta que encontramos esta idea de desarrollar kits de robótica educativa. Creamos un sistema con piezas Rasti electrónicas, un microprocesador y materiales didácticos para docentes, con teoría y práctica. La idea es que los chicos aprendan los fundamentos de la robótica, pero también que desarrollen pensamiento lógico, creatividad y resolución de problemas, armando sus propios robots y programándolos desde una computadora. Fue un proceso largo, pero muy gratificante, porque nos permitió ampliar el universo de Rasti y llegar a un nuevo tipo de público: las escuelas, los docentes y los chicos que hoy aprenden jugando con tecnología.
— En los últimos años también lanzaron proyectos con impacto social, como Hecho con producción inclusiva. ¿Podés contarme un poco más sobre eso y qué lugar ocupa la inclusión dentro de la empresa?
— Desde hace años trabajamos con una ONG llamada La Usina, que tiene talleres protegidos donde adultos con discapacidad realizan diferentes tareas. Al principio les encargamos trabajos puntuales, como armado o decoración de muñequitos. Después, juntos nos propusimos algo más grande: crear un producto completamente nuevo, hecho por ellos. Así nació Rasti Sorpresa, donde las personas con discapacidad diseñaron los personajes, el packaging y toda la propuesta. Los personajes son maravillosos: un perrodrilo (mitad perro, mitad cocodrilo), una jirafa de mar, un lagarto árbitro, entre otros. Todo con una imaginación única y un mensaje inclusivo muy fuerte. Para nosotros fue un orgullo, porque demostró que una PyME también puede generar impacto positivo, dar trabajo y contribuir a la comunidad. No se trata solo de ser exitoso, sino también de ser valioso para el entorno donde uno trabaja.
— Rasti se convirtió en un caso de estudio en universidades y escuelas de negocios.
¿Qué creés que inspira de su historia a los emprendedores y futuros empresarios?
— Creo que lo primero es mostrar que en Argentina se pueden hacer cosas.
Rasti fue una marca que había desaparecido durante treinta años, y una PyME familiar logró recuperarla y volver a producirla. Detrás hay una historia de inmigrantes italianos, de trabajo en familia, de perseverancia. Eso lo hace un caso distinto, porque no es teoría, es una historia real, muy cercana. Cuando presentamos el caso en universidades, los alumnos no leen algo de otro país, sino que escuchan a personas que lo vivieron. Y eso inspira, porque ven que no se trata de un modelo imposible, sino de algo que puede hacerse acá. Hoy, incluso, recibimos misiones académicas internacionales que vienen a conocer la fábrica y escuchar la historia. Les sorprende ver cómo una PyME argentina pudo reinventarse, crecer y mantener la producción local. Para nosotros, eso es un orgullo y una responsabilidad.