Una denuncia sobre cómo la medicalización excesiva invade la vida cotidiana con fármacos que prometen soluciones rápidas sin evaluar contextos personales.
Una denuncia sobre cómo la medicalización excesiva invade la vida cotidiana con fármacos que prometen soluciones rápidas sin evaluar contextos personales.

La cartera de la dama y el bolsillo del caballero estarán felices de hospedar caramelos de distintos colores y sabores para afrontar contingencias que puedan amenazar rutinas diseñadas para vivir sin margen de improvisación alguna. Entiendo la necesidad de auspiciantes, pero la catarata de “soluciones de venta libre” propuesta en una tanda publicitaria desborda cualquier pastillero honesto.
La acidez estomacal se resuelve con la cápsula verde; si agregás la roja, despedís esos “no tan buenos aires” que producen ruidos raros en tu abdomen. La verde endulza; la roja, expulsa. El comprimido violeta alivia ese dolor de muela que enloquece, pero además ayuda a esa rodilla que ya no te acompaña al agacharte. Si sentís cansancio, una cápsula celeste con el desayuno te aporta la dosis de vitaminas y minerales necesarios para un óptimo rendimiento y, en simultáneo, regula la producción de colágeno para que tu piel se vea luminosa, hidratada y radiante.
Seguramente te cuesta concentrarte en actividades que requieren un buen descanso; la solución está en ese sobre disuelto en un vaso de agua (sin gas) que, combinado con las cápsulas plateadas, te aporta energía y nutrientes para ese cabello que necesita suavidad, brillo y volumen. A continuación de esta especie de humorada, quiero compartir un concepto que leí en algún momento (cuyo autor no recuerdo, pero celebro), que alude a la “medicalización de la vida”. Medicalizar no se reduce a medicar; medicalizar es leer de manera patológica todo tipo de estado, síntoma y/o circunstancia.
Hay que estar advertidos al respecto porque cualquier improvisado de formación “tibia” realiza un diagnóstico imprudente que adhiere etiquetas con fármacos. Los fármacos son nuestros aliados, pero la prescripción médica debería ser responsable y considerar el contexto singular en cada caso.
En la misma línea de reflexión que propuse en el artículo que compartí la última vez que escribí en este espacio (en el que invité a reflexionar acerca de esas frases de autoayuda que prometen bienestar incluso generando malestar), es que ahora comparto la otra cara de una misma moneda: soluciones “mágicas” (envueltas en palabras o en pastillas) para cualquier obstáculo que tenga la soberbia de desafiarnos.

Desde la imperiosa necesidad de ser prudente a la hora de escribir algo que alguien pueda leer, me veo obligada a decir que, entre falsas promesas de discurso berreta de autoayuda y los caramelitos de colores para aliviar malestares, hay un océano de diferencias; si bien las pastillas no siempre resuelven malestares e incluso generan efectos no deseados, cabe destacar que se supone están avaladas por entidades científicas que respaldan su consumo independientemente de su eficacia. No contamos con un laboratorio que abrace y aplauda las bellas frases que circulan a diario; a mi humilde entender, venden más humo que el que soporta la mejor chimenea que se pueda conseguir.
Retomando la propuesta de este artículo, quiero destacar la enorme tarea de la investigación científica que consiguió resultados extraordinarios; celebro con aplausos que, gracias a profesionales dotados de conocimiento y/o vocación, podamos vivir más tiempo y llevar una vida de mejor calidad. Me pongo de pie para aplaudir a ese comprimido que enmudece un dolor de cabeza en diez minutos; celebro esa sedación que permite que nos realicen estudios y/o prácticas que previenen y/o diagnostican pronósticos que nos mantienen vivos y, lo que es mejor aún, vivos a la hora de vivir.
Aplaudo a esas vacunas que nos protegen; invito a actualizar el calendario de vacunación ya que, por lo que estuve viendo en noticias basadas en datos estadísticos, se estaría provocando una especie de abstinencia de vacunas absolutamente aprobadas y recomendadas (además de gratuitas), solamente por una decisión impregnada de una desconfianza insensata que, a mi humilde parecer, se generó a partir de la pandemia por cuestiones que hicieron una ensalada de virus, vacunas y bacterias partidarias.
Celebro la investigación científica y aplaudo cada color de pastilla que nos ayude a sentirnos bien, pero pongo entre paréntesis esa lista de comprimidos que inunda nuestras mañanas, nuestras tardes y nuestras noches en una paleta de formas y colores que prometen silenciar cada uno de los ruidos epocales que son parte de la vida que nos vemos obligados a vivir.
En tiempos donde nadie escucha a nadie, en tiempos egoístas y mezquinos, sugiero la palabra muda frente al espejo para tratar de decir aquello que se siente; sugiero la consulta a tu médico antes de tener dudas frente a esa pastilla que promete no soñar o soñar cronogramas rígidos y adaptados a rutinas que parecen exitosas mientras esconden oscuridades reprimidas. Ante la menor duda, consulte a su médico; ante la menor duda, evite el silencio de caramelos que abrazan sabores mentirosos.
Celebro a esos profesionales que, desde una formación seria y respaldada académicamente, nos acompañan en cada consulta y/o en cada práctica; sugiero estar advertidos de la paleta de colores de pastillas que, con pinceles domésticos, resuelven y/o enmudenecen cualquier rasgo que acompañe voces que quieren decir algo sin pastillas.
Soñar nos propone un silencio que habla; podemos elegir no tomar “pastillas para no soñar” y, en ese caso, seguir soñando amparados en la confianza de soñar sin pastillas.
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