Mariela Ruhl
Diciembre: el mes de las reuniones laborales para cerrar el año, el mes de las celebraciones con amigos y el mes de las compras de regalos navideños.
Diciembre es el momento en el que parece que hay que ponerse al día con cualquier cosa que haya quedado pendiente (controles médicos, juntadas postergadas, limpieza de espacios que se limpian solo en diciembre, etc.), porque se termina el año y cuando se termina el año, “se acaba el mundo”… Pero ese final, esa tragedia vestida con luces que parpadean en el arbolito de Navidad, abre posibilidades a un nuevo año que abraza nuevos mundos.
Ese año nuevo que comienza como un día más entre todos los días del año está obligado a ser nuestro acompañante terapéutico en diversas decisiones y nuestra estampita de la Virgen de los Afortunados a la hora de pedir buenos deseos. Prometemos cosas que sabemos que no vamos a cumplir (o tal vez sí); pedimos otras cosas que nada tienen que ver con el año entrante, sino con otras variables involucradas en nuestro trabajo o vinculadas a nuestro esfuerzo en ello y, para que nuestros “pedidos” no parezcan excesivos, agradecemos algo de todo aquello que reconocemos como positivo a la hora de hacer un balance del año que estamos despidiendo.
Balance de fin de año: me resisto a hacerlo, pero respeto y entiendo a todos aquellos que lo hacen. Me resisto porque me remite a algo cuantitativo cuando, a mi manera de analizar las cosas, el aspecto cualitativo es más flexible y amigable con la experiencia humana. Me resisto porque a veces conviven momentos horribles con otros maravillosos; me niego a balances de fin de año porque no cambian situaciones ni perspectivas que nada tienen que ver con un calendario rodeado de pan dulce. Me resisto porque hay infancias sin “nada” que jamás conocerán a Papá Noel ni a los Reyes Magos; sus Reyes Magos existen en sus sueños y les regalan zapatillas para caminar calles de tierra siempre y cuando la lluvia no haga desastres en un andar sin asfalto.
Mientras la inequidad aniquile, no hay balance posible; mientras tu arbolito ilumine esa esquina de tu casa, pero otras esquinas de otras casas sigan “amparadas” por la oscuridad, no hay copas que puedan decir “felices fiestas”. En todo caso, se puede brindar agradeciendo lo que se tiene y pidiendo por aquellos que ni siquiera pueden brindar.
Por otro lado, y apelando al costado humorístico que me acompaña y describe, dejo por acá una chispa festiva que entraña logísticas de compromiso: “¿con quién pasamos Nochebuena?”, “¿qué comemos?”; “Año Nuevo, ¿con la familia o con amigos?”; “yo llevo el matambre, ¿ustedes qué llevan?” (y todo lo que se les ocurra al respecto).
Los mandatos y las “obligaciones heredadas” nos hacen compartir momentos desafortunados en algunos casos; en otros, nos hacen cumplir con costos desproporcionados, pero al menos acordes al supuesto balance anual que suele hacerse en diciembre.
Las “fiestas” (y cuando decimos “las fiestas”, todos sabemos que estamos hablando de Navidad y Año Nuevo) nos invitan a festejar; festejar nos convoca a estar juntos sonriendo, bailando, cantando y apostando a que lo que viene será próspero para todos. Festejar las “fiestas” nos obliga a recorrer esa mesa con sillas vacías que antes representaban comidas típicas para la ocasión, personajes que hacían de las fiestas un festejo y un montón de cosas que abrazaban ese brindis que prometía que todo iba a ser siempre de la misma manera. Las cosas fueron cambiando; las sillas sobran y el brindis es más modesto.
Sugiero festejar sin mandatos. Sugiero brindar con aquellos que están cada día del año y no solo en esos días de matambre y pan dulce.
Si te resulta un exceso decir “felices fiestas” porque estás atravesando un momento difícil, no te sientas obligado a decirlo.
Sugiero decir “salud” mientras se levanta una copa que celebre cada encuentro genuino y propongo no olvidarnos de lo injusto al momento de pedir un deseo. Y al momento de pedir un deseo, propongo contribuir con lo que se pueda para cumplir deseos que dependen de la colaboración y el amor desinteresado que podemos aplaudir cada día del año que despedimos y cada día del año que recibimos.