Un país bajo ataque, una frontera cerrada y una hija recién nacida a 13.000 kilómetros. Juan y Silvina se lanzan a una odisea desesperada: cruzar a pie una zona de guerra para el encuentro que esperaron diez años: El abrazo con su hija.
Un país bajo ataque, una frontera cerrada y una hija recién nacida a 13.000 kilómetros. Juan y Silvina se lanzan a una odisea desesperada: cruzar a pie una zona de guerra para el encuentro que esperaron diez años: El abrazo con su hija.

Ya era un hecho: Silvina y Juan ya eran padres. Olha, la madre gestante, logró mantenerse en contacto con ellos durante todo el proceso; juntos fueron viviendo cada paso del embarazo de Franchu. “Nosotros tenemos fotos de cada momento de la panza. De hecho, Franchu sabe toda su historia; vos le preguntás dónde nació y te dice que nació en Ucrania y que Olha la llevó en la panza”, agrega Silvina. “Tal es así que ahora, para su cumpleaños, como seguimos en contacto con ella, nos mandó un video muy emocionante, cantando en ucraniano con sus hijos y una pequeña torta, festejando desde la distancia. Fue un gesto hermoso”.
La continuidad de los vínculos con las mujeres gestantes es una cuestión muy personal de cada familia. En el caso de Juan y Silvia, para ellos es fundamental que Franchu sepa su historia tal cual es. Hoy en día, con solo tres años, ella ya es consciente de su origen.

A días previos de que Olha diera a luz en medio de una guerra en Ucrania sin precedentes, Silvina y Juan deciden viajar unos 10 días antes para poder estar cerca ante cualquier circunstancia. . Era un viaje difícil de planificar, ya que las fechas de parto suelen modificarse, cualquier cosa podría pasar, por lo que Juan y Sil esperaron a que sea el momento más próximo para obtener los pasajes que los llevarían a buscar a su hija a 13 mil kilómetros de su casa. Para ingresar a Ucrania, Silvina y Juan debían llegar hasta el sur de la frontera, y cruzarla a pie.
“Como era algo tan importante y peligroso, nos pusimos en contacto con familias que estaban en la misma situación”, cuenta Juan. “Este cruce era muy diferente a todo lo que habíamos hecho en un comienzo”, acota Silvina.
Silvina y Juan, y otras dos familias, se quedaron varios días del lado de Bucarest, paseando un poco con amigos, llenos de ansiedad de buscar su hijita y poder tenerla finalmente en brazos mientras esperaban que pasaran los días para poder cruzar a buscarla.
Fran tenía fecha de nacimiento para el 23 de agosto, el Día de la Independencia Ucraniana. En ese momento, el gobierno recibió una alerta de un gran ataque por parte de Rusia y la Embajada les prohibió el ingreso, por el riesgo que conllevaría cruzar todo el país en medio de un ataque de estas características.

Para Juan y Silvia el mundo se les vino encima: estar a tan pocos kilómetros y no poder ir a buscarla, retenidos en una ciudad desconocida como Bucarest, esperando a que la Embajada vuelva a permitirles el ingreso, fue sin duda uno de los momentos más desafiantes para mantener la calma. “Yo lloraba y lloraba, quería entrar, no me importaba que atacaran todo, y nos decían: ‘hasta después del 24 no entra nadie’ ”, cuenta Silvina ahora entre risas mientras se recuerda en esa situación.
Finalmente, el 23 no hubo ataque y, en medio de Bucarest, Juan y Sil reciben la noticia que tanto estaban esperando: Franchu había nacido y tanto ella como Olha estaban sanas y salvas. Hay algo muy particular entre esta pareja, la forma de mirarse y de escuchar al otro contar esta historia que tanto años duró y tantas experiencias les hizo atravesar, que se logra ver en los ojos de cada uno la admiración que tienen el uno por el otro. Juan y Silvi ya eran padres, lo lograron, y allí estaban juntos, camino a buscar a su hija. La Embajada los habilita a ingresar y automáticamente ellos avanzan en un tren desde el sur de Rumania en Bucarest hasta Suceava.

Lo más lindo de verlos es cómo se divierten o incluso se ríen el uno del otro frente a sus diferentes reacciones en los contextos adversos que les ha tocado vivir. “A mí no me importaba nada, yo estaba feliz, y él estaba con una angustia”, comenta entre risas Silvi en tono burlón. “Yo estaba sobrealerta”, admite Juan. “No perdamos el foco que nosotros teníamos a nuestra hija en una maternidad, en un país en guerra”.
Pasan una noche en Suceava y a la mañana siguiente toman un bus ucraniano que cruzaba la frontera hasta Chernivtsí. Llegando al punto fronterizo bajan del colectivo y presentan todos los documentos propios y también una carta emitida por la clínica que explicaba detalladamente el motivo de ingreso al país en medio del conflicto. Allí siguen recorrido con el bus y una vez que llegan a Chernivtsí, van camino a tomarse un tren de 12 horas —con las incomodidades que esto conlleva— que los llevará hasta Kiev, la capital de Ucrania, donde está la Clínica.
Estaba totalmente prohibido filmar cualquier tipo de trayecto del viaje, o de la estación de tren, por lo que le solicitaron a Juan que por favor eliminara el material que había filmado del tren llegando a modo de recuerdo. Les tuvo que mostrar el móvil y eliminar el video. Es decir, si bien para Juan y Silvina era un momento único y lleno de emoción, el clima del conflicto Bélico no dejaba de respirarse jamás.

Una vez llegaron a Kiev, unas combis de la clínica fueron a buscarlos y a llevarlos hasta ahí. Allí Juan y Silvi pudieron ducharse, recomponerse y seguir para enfrentar el momento más emocionante. Dado que a Franchu todavía la estaban preparando para llevársela a sus padres, la Clínica les ofrece ir a conocer a Olha, la madre gestante de Franchu. “Vino corriendo a abrazarme, le temblaba el cuerpo. A mí también. Estuvimos como 10 minutos abrazándonos. Es más, le compró a Franchu un oso gigante que no pudimos traernos y todavía está en la clínica”, cuenta Sil emocionada.
“Pensar que veníamos mal dormidos, mal comidos, y cuando llegamos ahí no nos importaba nada. Ahí me di cuenta de que esto ya estaba, ya era real, y que ahora nuestro próximo objetivo era volver a casa, pero ya no dos sino que tres”, agrega Juan. “Conocer a Olha para nosotros fue muy lindo, conocer a la persona que nos permitió cumplir y llevar a cabo nuestro sueño y verla ahí fue realmente muy fuerte”.
De allí partieron para los departamentos que son de la clínica, los cuales tienen en un piso específico como un sector de Nannys, donde están todos los niños recién nacidos. Les dan un traje esterilizado a cada uno y finalmente sucede la magia: después de tanto pasar, de todas las frustraciones, de los duelos, del viaje, del camino, por primera vez están juntos los tres.
“Me la dan en brazos, Juan nos abrazaba a las dos y se pone a llorar. Fue muy lindo verla, tenerla en brazos. 4,450 kg pesaba, era gigante y hermosa”, comenta Sil con brillo en los ojos.

“Yo estuve todo el viaje hecho una lágrima”, dice Juan. “La veía y lloraba”, agrega Silvinia. “Para mí fue materializar diez años de procesos de caerse y levantarse a tenerla ahí, ¿entendés? No lo podía creer”, agrega con total sinceridad.
“De hecho Fran nació el 23 de agosto, que es el Día de la Bandera, y nosotros tenemos en nuestro balcón colgada la bandera de Ucrania, para nosotros Ucrania es muy importante”, cuentan los dos emotivos. “Le debemos a ese país lo más importante que tenemos en la vida, fue el lugar que nos permitió a nosotros poder cumplir un sueño, que es real”, agrega Juan.
“Nosotros la vemos todos los días levantarse, se duerme, nos cuesta sacarle el colecho, estamos recién ahora con eso intentando que vaya a su cama —cuentan entre risas—, es la nena más linda del mundo, es dulce, es…”, y mientras Silvina busca las palabras, Juan le responde “feliz”, “es una nena feliz”, concluye Sil, mientras se miran acordando, admirados, sólidos. Su hija está aquí con ellos, es sana, alegre y feliz.

Luego de haber pasado los últimos 20 días en Kiev, saliendo afuera y siguiendo recomendaciones médicas del pediatra y terminando todas las cuestiones documentales, Juan y Silvi organizan una gran despedida con otras familias argentinas amigas, quienes como ellos habían ido a buscar a sus hijos. Juan cocinó para todos y todas, argentinos y españoles, y sus recién hijos nacidos, una verdadera argentineada, y finalmente esa madrugada, comienza el regreso a casa.
El mismo trayecto exactamente igual, pero a la inversa y con un bebé en brazos. Sil se colgó a Franchu en un canguro, rezando que por favor lo soporte. Y en una estación de tren totalmente militarizada, se metieron en su camarote y arrancaron el recorrido en tren de 12 horas. Una vez arribaron a Chernivtsí, los recoge un bus puesto por la clínica que lleva a las familias hasta la frontera con Rumania. Kilómetros y kilómetros de cola de autos y camiones que estaban cruzando por la frontera, donde una vez aprobada la documentación, el cruce se realizaba a pie.
Ya casi finalizando agosto, el mes de verano europeo por excelencia, el calor y el cansancio se hicieron notar. “En ese cruce no lo pasamos bien”, comenta Silvi. Luego de que revisaran exhaustivamente la partida de nacimiento de Franchu y la documentación de ellos, en medio del conflicto y por el secuestro de bebés, las medidas se reforzaron y el pase al otro lado se vuelve muy duro para las personas. Familias cambiando bebés en el medio del piso esperando a cruzar una frontera a pie, cambiando el chip de un lado al otro para no perder la señal e inventando una mamadera en el medio de la nada. Así fue el cruce de Silvina y Juan para salir de Ucrania y lograr llegar a Rumania.

Llegando a Rumania, el traslado ya corre por cuenta propia. Los taxistas para sacarlos de ahí proponían cifras irrisorias e impagables. “Yo ahí no aguantaba más y me puse a llorar sin parar”, asume Sil. “Hasta que una chica me agarra y me pregunta ‘¿qué pasa?’ y le explico que se querían abusar de nosotros con el tema del traslado y la chica me dice ‘espera, yo te soluciono’. Y ahí fue, le pidió ayuda a un auxiliar alemán que estaba con una camioneta tipo traffic, nos levantó a las dos familias y nos llevó hasta el centro de Suceava”, cuentan juntos.
Un tren más que los lleva hasta Bucarest y finalmente de allí debían llegar a París para hacer el tramo final. Como si fuera poco el trajín y esta familia no hubiera pasado suficientes cosas, una tormenta en Rumania retrasa el vuelo que los llevaría a la ciudad francesa. La aerolínea les aseguraba que llegarían y que el avión los esperaría. “Qué avión te espera, desconozco”, dice irónica Sil. “Corrimos por todo el aeropuerto con una niña de 20 días y cuando llegamos a la manga el avión estaba despegando”, cuentan ambos. “Ahí de vuelta me puse a llorar de nuevo, y la gorda lloraba y lloraba y yo le daba la mamadera llorando, una locura. Creo que ahí me había bajado el estrés de lo que habían sido los últimos días”, cuenta Silvi.
Juan, quien cuenta que se había puesto “realmente nervioso”, con toda la mochila que tenían encima, el cansancio, la ansiedad por llegar a casa, empieza a discutir con todos los agentes de la aerolínea buscando una solución, pero no había más vuelos para ese día.
Parecía un callejón sin salida hasta que Silvina cuenta que le dijo: “Correte que esto lo soluciono yo, las cosas son por las buenas”. Finalmente, esta anécdota intrincada concluyó en que esta familia de tres logró obtener un hospedaje en París, y pudieron disfrutar de todo el día siguiente de una ciudad tan maravillosa como París. “Mi hija recorrió tres países en sus primeros días de vida”, agrega Juan riéndose.

Al día siguiente, Juan, Silvina y Franchu ya se encontraban en Argentina, abrazados por su familia y recibidos con amor y alegría. Finalmente el sueño se había cumplido, y esto no solo les dio una hija a Juan y Silvi, sino que también dio tíos, primos, abuelos y abuelas. Una familia entera formada gracias a la convicción y el deseo de dos.
La idea principal de Juan y Sil de contar esta historia es también poder servir de guía o ejemplo para todas aquellas parejas que viven situaciones difíciles con respecto a la fertilidad y la reproducción. “A las parejas que están considerando la subrogación les diríamos que lo hagan. Si no pueden quedar embarazados de otra manera, la subrogación es una manera más de ser padres. Ni la mejor ni la peor, es una manera más. A nosotros nos permitió cumplir un sueño y hoy somos padres felices”, comenta Sil en nombre de los dos.
Hoy en la Argentina hay más de 190 familias que realizaron subrogación en Ucrania. La red de apoyo se ha ampliado, la información y las facilidades también se acrecentaron. Juan y Sil eligieron contarle a Franchu su historia desde el primer momento. Hoy día se cuenta con mucho material didáctico para poder contarles esto y “aunque es una decisión muy particular de cada familia, nosotros sentimos que no teníamos nada que esconderle”, para Juan y Sil, la subrogación fue la forma de poder ampliar la familia que antes eran ellos dos y de la que hoy son tres.
“Ojalá que pronto se termine la guerra y podamos llevar a Franchu a conocer a Olha y al país que tiene que ver tanto con su historia como con la nuestra”.
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