Fábricas a oscuras: una misma expresión para realidades opuestas

En el mundo, el término significa innovación, robótica e inteligencia artificial. En Argentina, lamentablemente, es sinónimo de persianas bajas, fábricas paradas y empleos perdidos.

Por Cristian Fiederer, Presidente de la Unión Industrial de Santa Fe

No es la automatización lo que apaga nuestras luces, sino la falta de políticas industriales coherentes y sostenibles a nivel nacional.

Mientras en potencias globales como China las “fábricas a oscuras” representan la cumbre de la innovación y la eficiencia productiva –plantas que operan sin interrupción, iluminadas por la inteligencia artificial y la robótica–, en nuestra Argentina, y lamentablemente en nuestra querida provincia de Santa Fe, el término “fábricas a oscuras” adquiere un significado desolador.

Aquí, la oscuridad es sinónimo de plantas paradas, persianas bajas y sueños truncados, resultado de un modelo que, aunque busque la estabilidad macroeconómica, está castigando severamente la producción nacional.

Es fundamental reconocer que el actual gobierno nacional ha logrado avances significativos en la compleja tarea de dominar la inflación y ordenar las principales variables macroeconómicas. Este paso es vital y sienta una base necesaria, sin embargo, resulta una estabilidad engañosa si prioriza exclusivamente la valorización financiera y los enclaves extractivos.

Es, en definitiva, una estabilidad que se basa en masivas transferencias al sector financiero las cuales se pagan con el quiebre de la economía productiva, siendo, a la corta o a la larga, una estabilidad insostenible.

La política macro no puede diseñarse dejando de lado la indispensable pata productiva. Un país no puede aspirar a un desarrollo genuino y equitativo sin producción y agregado de valor, y allí la industria argentina ha significado un vector estratégico de primer orden, con decenas de miles de unidades productivas siendo una de las fuentes más relevantes de empleos de calidad y complejidad técnica.

La situación de las PYMES

La realidad que enfrentan miles de Pequeñas y Medianas Empresas (PYMES) argentinas es crítica. No es la automatización lo que apaga nuestras luces, sino la falta de políticas industriales coherentes y sostenibles a nivel nacional. La asfixia de nuestras fábricas se debe a factores recurrentes que, si no se revierten, terminarán de desmantelar nuestro entramado productivo:

  • Competencia Desleal de Importaciones: El gobierno nacional está forzando, es decir, subsidiando, un dólar barato y, si a ello se agrega la apertura indiscriminada de importaciones (a menudo subsidiadas o con costos laborales irrisorios en sus países de origen), ello significa la inundación de nuestro mercado con importaciones que desplazan la producción local. Cada importación que sustituye a un producto argentino es un puesto de trabajo menos, una máquina que se detiene y una familia que pierde su sustento.
  • Caída Brutal del Consumo Interno: La caída en el consumo provocada por el freno a la obra pública y el estancamiento de los salarios reales impacta directamente en la demanda de bienes y servicios nacionales. Sin un mercado interno robusto, nuestras fábricas carecen de la escala necesaria para operar de manera rentable.
  • Altos Costos Productivos y Financiamiento Inaccesible: La presión tributaria agobiante, las tasas de interés exorbitantes y la crónica falta de acceso a un financiamiento competitivo minan cualquier posibilidad de inversión, modernización o expansión de nuestras empresas.

A todos los puntos mencionados se suma el cierre de las Secretarías de Industria y Comercio, y de la Pequeña y Mediana Empresa, Emprendedores y Economía del Conocimiento, limitando las posibilidades de articulación publico privada, dejando vacante un espacio clave de promoción del desarrollo industrial del país.

Estado de situación

Las consecuencias de esta situación son devastadoras y se extienden mucho más allá de las paredes de las fábricas:

  • Caída de Empleos Calificados y Proliferación de la Precarización Laboral: Cada puesto industrial que se pierde, no solo representa la pérdida, sino también la triste proliferación de la precarización laboral. Trabajadores, expulsados de la producción formal, se ven forzados a buscar sustento en la economía informal, a través de múltiples trabajos, a menudo en plataformas de traslado o servicios con nulas coberturas sociales y sin los derechos laborales básicos. Esto no es progreso; es un retroceso alarmante que erosiona la dignidad del trabajo.
  • Erosión Irreversible del Tejido Industrial y de Valor Agregado: La desindustrialización no es un concepto abstracto, es la pérdida de nuestra capacidad productiva, la dependencia de terceros y la incapacidad de generar valor agregado. Nos condena a ser un país primarizado, vulnerable a las fluctuaciones de los mercados internacionales de commodities. Los servicios, por sí solos, no pueden sostener una economía robusta. Son un anexo, un complemento indispensable de un sistema productivo sólido, no su reemplazo. Si esta tendencia continúa, nos convertiremos en un mero almacén de productos importados, sin capacidad para generar empleo de valor ni divisas genuinas.
  • Desincentivo a la Innovación y al Emprendedurismo, y el Deterioro del Capital Humano: ¿Qué joven se sentirá motivado a estudiar ingeniería o a emprender en la industria si el panorama es de cierre y retracción? Esta situación se agrava exponencialmente con la situación presupuestaria que padecen nuestras universidades nacionales. Un presupuesto sin actualización desde 2023, en un contexto de inflación, implica una caída real devastadora. Esto no solo compromete la calidad educativa, sino que también daña irreparablemente todo el entramado de ciencia y tecnología que es crucial para el desarrollo de cualquier nación moderna. La falta de financiamiento en investigación, desarrollo e infraestructura académica y científica nos condena a la obsolescencia, impidiendo la formación de profesionales que impulsen nuestra industria y la creación de conocimiento esencial para el progreso.
  • Falta Crónica de Infraestructura: A todo lo anterior se suma una alarmante falta de inversión en infraestructura clave: rutas, puertos, energía y conectividad. Una industria que busca competir, generar valor agregado y dólares genuinos, no puede hacerlo sin tener las mismas condiciones básicas que sus competidores internacionales. No se puede pedir a nuestras empresas que corran descalzas una maratón mientras, mientras nuestros competidores internacionales lo hacen con zapatillas de última generación.

En este contexto dramático, la provincia de Santa Fe ha demostrado tener políticas productivas e industriales propias, buscando fomentar la inversión, la innovación y el empleo local. Sin embargo, estos esfuerzos, aunque valiosos y necesarios, chocan constantemente y son eclipsadas por la sombra de una mirada centralista y la ausencia de un verdadero federalismo productivo a nivel nacional. Las decisiones tomadas en la capital, sin una comprensión profunda de las realidades regionales, terminan por ahogar la pujanza de provincias como la nuestra, que sí apuestan por el desarrollo industrial.

No estamos pidiendo un milagro, sino la aplicación de políticas sensatas que han demostrado su eficacia en diversas latitudes y bajo distintos modelos políticos. Países tan disímiles como Paraguay, Brasil, México, Estados Unidos, Francia, Alemania, Canadá, Italia, Corea del Sur, Japón y la propia China, han implementado, con matices, estrategias activas de fomento a su industria nacional. Estos países comprendieron que el desarrollo industrial no surge por generación espontánea, sino que requiere de:

  • Incentivos a la Inversión Productiva.
  • Protección inteligente de sus mercados internos.
  • Acceso a financiamiento competitivo.
  • Promoción de la innovación y la capacitación.
  • Reducción de la presión fiscal sobre la producción.
  • Y crucialmente, una inversión estratégica y sostenida en educación, ciencia y tecnología, empezando por un presupuesto universitario digno y actualizado, y un plan maestro de infraestructura.

Es hora de que Argentina deje de ser la excepción. No podemos permitir que nuestras fábricas sigan a oscuras. Es imperativo que el Gobierno Nacional comprenda la magnitud de esta situación y actúe sumando al sector industrial manufacturero como unos de sus aliados, y asuma el objetivo principal de, por sobre todas las cosas, crear nuevos puestos de trabajos privados y con valor agregado.

La situación lo demanda, adoptando una perspectiva genuinamente federalista que potencie y no castigue los esfuerzos productivos de nuestras provincias. Necesitamos un Pacto Productivo Nacional que ponga a la industria, al trabajo argentino y al conocimiento en el centro de la agenda. El futuro de nuestra nación, la calidad de nuestros empleos y la dignidad de nuestras familias dependen de ello.

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