En 2025, Argentina atraviesa un fenómeno paradójico: según datos oficiales presentados por el INDEC, cerca de 12 millones de personas dejaron de ser pobres en el último año, marcando la mejor reducción de pobreza en siete años. Sin embargo, una gran parte de la población sigue expresando que no llega a fin de mes. Este análisis elaborado por Francisco Jueguen profundiza en cómo estos dos universos pueden coexistir y cuáles son las causas fundamentales de esta dualidad.
El primer factor explicativo es el concepto de ingreso disponible. Aunque los ingresos familiares aumentaron – especialmente debido a las medidas de estabilización y subsidios del gobierno de Milei – los costos fijos de los hogares, particularmente servicios básicos como luz, gas y agua, crecieron de manera significativa. Esto limita el “puchito” de plata que queda para gastos variables y consumo cotidiano, deteriorando la percepción de bienestar.
En segundo lugar, la dimensión temporal es crucial. Pese a la mejora reciente, los ingresos reales de los argentinos siguen siendo un 25% menores que en 2017. La pobreza se mide comparando contra un estándar de ingresos que refleja el costo de la canasta básica, pero el bienestar real responde a la evolución sostenida en el tiempo, no solo a fluctuaciones anuales.
Finalmente, Jueguen destaca la existencia de una “espuma” de pobreza: un grupo significativo de personas que, aunque formalmente están por encima de la línea de pobreza estadística, continúan viviendo en condiciones precarias y vulnerables debido a la inestabilidad laboral y económica. Esta espuma puede entrar y salir de la pobreza según variables cambiantes como la inflación y el tipo de cambio.
El análisis también subraya que la pobreza estructural afecta a un tercio de la población, que vive en condiciones de vivienda, empleo y acceso a servicios sanitarios y educativos muy precarios, invisibilizados en gran medida por la estadística oficial y la agenda política.
En definitiva, el estudio de Jueguen invita a mirar más allá de las cifras oficiales y comprender que la mejora estadística no siempre significa una mejora inmediata y homogénea en la calidad de vida de los argentinos. La compleja realidad económica del país demanda políticas públicas específicas que atiendan tanto la reducción de la pobreza como la mejora real del bienestar cotidiano.