La muerte de la buena voluntad cultural

La buena voluntad cultural fue una estrategia de la pequeña burguesía para ascender socialmente a través de la cultura legítima. Su desaparición refleja la crisis actual de movilidad y el desgaste del Estado de bienestar.

El esfuerzo de la pequeña burguesía por alcanzar la cultura legítima, símbolo de aspiración y lucha por la movilidad social en la posguerra
El esfuerzo de la pequeña burguesía por alcanzar la cultura legítima, símbolo de aspiración y lucha por la movilidad social en la posguerra

por Osvaldo Dallera
Lic. en sociología y profesor de filosofía

Hubo un tiempo, digamos a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, en el que un sector de la sociedad occidental, conocido como “pequeña burguesía”, quiso aprovechar el beneficio de la inclusión que le concedió la democracia liberal y el derrame económico que puso en marcha el Estado de bienestar. Para no desentonar, y no defraudar tamaña generosidad, muchos miembros de ese amplio sector social en ascenso intentaron hacer, de su parte, el esfuerzo que más tarde Pierre Bourdieu denominó “buena voluntad cultural”.

El momento de auge de la buena voluntad cultural coincidió con las expectativas individuales y sociales de movilidad social ascendente dentro del período que los franceses denominaron “los treinta gloriosos” (1945-1975).

La pequeña burguesía, por lo menos durante aquel período, estuvo compuesta por individuos que pertenecían a los estratos medios y medios bajos de la sociedad. Por lo general, esos individuos se ocupan del comercio, ejercen la docencia, practican alguna profesión liberal, trabajan como administrativos o ejercen algún oficio en calidad de especialistas o personal calificado.

Con los recursos económicos y culturales que les brinda ese punto de partida, creen que, si imitan las formas de comportamiento más “nobles”, tendrán más oportunidades de mejorar sus condiciones socioeconómicas y aumentar su capital social (relaciones personales de mejor calidad) y cultural (en particular, adquisición de credenciales académicas).

Por eso tratan de buscar buenas amistades, hacen cursos, compran enciclopedias, adquieren reproducciones económicas de obras de arte popularizadas. Al mismo tiempo, la forma de actuar de quienes practican la buena voluntad cultural pretende apropiarse de modos, maneras y estilos que no forman parte de su realidad social.

Sucede que la ejecución de esos intentos carece de la unidad que exhiben los modales de quienes conocen la sintaxis y la gramática de esas conductas. Por su procedencia social de origen y su escasez de recursos, ese grupo social está imposibilitado de apropiarse del “buen gusto” del que gozan quienes están familiarizados con la alta cultura, también denominada cultura legítima por el círculo social que, por su prosapia, domina sus códigos, tiene la capacidad económica para adquirir sus producciones y los contactos adecuados para compartir esos placeres.

Desde la percepción o desde las expectativas pequeñoburguesas, la buena voluntad cultural servirá para acercarse a los de arriba y diferenciarse de los de abajo. En pocas palabras, les será útil también a ellos para distinguirse de los que consideran social, económica y culturalmente inferiores.

Bourdieu sostiene que la buena voluntad cultural, en definitiva, no consiste en otra cosa que en hacer esfuerzos para vivir “por encima de las posibilidades” y a costa de grandes sacrificios para obtener sólo magros resultados en la búsqueda de aceptación por parte de los imitados.

A pesar de que más tarde o más temprano se revelaría lo infructuoso del esfuerzo, la buena voluntad cultural, mientras tuvo vigencia, alimentó la fantasía de ascenso social pequeñoburgués a través de la cultura y ofició como recurso y estrategia de mejoramiento del individuo y su entorno.

A partir del último cuarto del siglo pasado, la buena voluntad cultural comenzó su camino descendente y su ocaso, junto con el derrumbe del Estado de bienestar y las primeras crisis de la democracia.

Si miramos el fenómeno en retrospectiva, no es difícil reconocer todas las deficiencias, carencias e imposibilidades estructurales y de origen de ese esfuerzo malogrado. Sin embargo, a la luz del estado de cosas actuales, donde ya casi no quedan vestigios de aquellos intentos de acercarse a la cultura legítima, ni siquiera la menor muestra de imitarla, aunque sea mal, uno no puede menos que recordar la buena voluntad cultural con algo de nostalgia y echar sobre ella una mirada benévola e indulgente.

Constatando que, con su muerte, también desapareció cualquier expectativa de revertir el estado de malestar, pobreza y ordinariez cultural que hoy invade e inunda la atmósfera social de esta época.

Dicho de otro modo, tal como están hoy las cosas, hubiera sido mejor seguir contando con la buena voluntad cultural como una ilusión inconducente, antes de comprobar que, con su derrumbe, la vida cotidiana de todos nosotros sólo se hizo culturalmente más rústica y socialmente más desesperanzada.

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