Envejecemos en tres momentos que nadie esperaba

Envejecemos en etapas abruptas, no de forma lineal, según investigaciones recientes. Lo que parecía un deterioro lento y constante se observa ahora como aceleraciones repentinas alrededor de los 40, 60 y 80 años, con profundas consecuencias en salud y calidad de vida.

La dieta y el ejercicio podrían ser factores clave para retrasar el envejecimiento. Foto: La Redacción.

Una amiga de la investigadora Maja Olecka notó a los 40 años un cambio súbito: el alcohol la afectaba más y sus recuperaciones eran más difíciles. Este fenómeno no es aislado.

Olecka, del Instituto Leibniz sobre el Envejecimiento en Alemania, explica que en esa edad muchas personas experimentan un envejecimiento repentino que altera funciones básicas como el metabolismo del alcohol, acelera el desgaste muscular y la pérdida de elasticidad en la piel, reduce la capacidad del sistema inmunitario y eleva los riesgos de enfermedades cardiovasculares y mortalidad.

La investigadora, compara el envejecimiento con un río en calma que repentinamente atraviesa flujos turbulentos que van desgastando la balsa hasta hundirla. Este modelo difiere del clásico entendimiento lineal y abre nuevas perspectivas para tratar de ralentizar el proceso.

Moscas pitufos y puntos críticos

El concepto de etapas marcadas en el envejecimiento surgió estudiando a las “moscas pitufos”, pequeñas moscas de la fruta alimentadas con tinte azul que revela su envejecimiento avanzado al volverse permeables y transportar el tinte a su cuerpo, tornándose azules justo antes de morir.

Este cambio rápido indica que las moscas mantienen su salud estable durante mucho tiempo, pero después alcanzan un umbral de daño acumulado que no pueden reparar, cayendo en un estado de rápido deterioro.

Fenómenos similares se observaron en otros animales y también en humanos, donde acelerones abruptos en la capacidad del cuerpo para regenerar células sanguíneas aumentan los riesgos de anemia, cáncer y deterioro inmunitario a partir de los 70 años.

Cambios biológicos en la mediana edad

Otros estudios en humanos midieron cómo cambian las proteínas en la sangre de casi 4.300 personas entre 18 y 95 años y hallaron que estas se agrupan en cuatro rangos de edad con perfiles similares dentro de cada uno, pero con cambios bruscos alrededor de los 34, 60 y 78 años.

Un análisis complementario en 108 sujetos entre 25 y 75 años mostró que las moléculas relacionadas con el envejecimiento aumentan drásticamente en dos períodos breves: entre los 40 y 45 años y alrededor de los 60. Estos picos incluyen elementos vinculados a problemas cardiovasculares, menor fuerza muscular y piel más vulnerable.

Así, el envejecimiento no es gradual para la mayoría de estas moléculas, sino que ocurren aceleraciones concretas. Este hallazgo cuadra con datos epidemiológicos que señalan aumentos repentinos en el riesgo de enfermedades y mortalidad en dichas edades.

Implicaciones para la prevención y medicina personalizada

Lo que parece precipitar estos cambios es la acumulación progresiva de daño molecular que sobrepasa la capacidad natural del cuerpo para repararlo. Esto puede desatar un efecto cascada donde superar un punto crítico provoca el siguiente.

El neurólogo Michael Snyder sugiere que el estilo de vida también influye: “Muchos hacen menos ejercicio y comen peor con la edad, y eso pasa factura”. Así, mejorar la dieta y mantener actividad física podrían retrasar estos estallidos.

En el futuro, podrían desarrollarse “agentes antitransición”, medicamentos diseñados para ralentizar o detener estos cambios bruscos.

Además, Olecka y su equipo planean clasificar a las personas en etapas biológicas de envejecimiento para ofrecer tratamientos específicos en función de su estado, evitando intervenciones que podrían ser nocivas en etapas avanzadas.

Un futuro abierto y esperanzador

¿Se puede revertir o frenar una vez cruzado un punto de inflexión? La respuesta sigue siendo incierta, pero estudios longitudinales buscan identificar qué acciones podrían prolongar la juventud biológica.

El creciente cuerpo de evidencia obliga a replantear nociones tradicionales y ofrecer nuevas herramientas más precisas para prevenir el deterioro prematuro, abrir vías terapéuticas personalizadas y, sobre todo, fomentar estilos de vida que mantengan la salud funcional más allá de lo cronológico.

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