Julio Lagos, con 80 años y 65 de carrera, repasa su trayectoria radial: desde El Mundo hasta la primera transmisión por Internet, en exclusivo para LR.
Julio Lagos, con 80 años y 65 de carrera, repasa su trayectoria radial: desde El Mundo hasta la primera transmisión por Internet, en exclusivo para LR.

A los 80 años, y con 65 de trayectoria ininterrumpida, Julio Lagos sigue siendo una figura clave en la historia de los medios argentinos. Locutor, periodista, conductor, dibujante, fotógrafo y curioso incansable, pertenece a una generación que no sólo presenció sino que impulsó cada cambio tecnológico.
El histórico Julio Lagos, repasa en esta entrevista su recorrido: desde sus inicios en El Mundo y el sueño futbolero que dejó atrás, hasta el rol fundamental de su familia, la irrupción de Internet en la radio, su vínculo con los oyentes y la vigencia de un medio que, pese a todo, sigue siendo compañía y refugio.
— Julio, arrancaste muy joven: ¿qué fue lo primero que te atrajo de la radio y del periodismo?
— Aunque parezca paradójico, para mí el punto de partida es siempre el presente, porque todos los días nos sometemos al veredicto popular. A diferencia de los políticos, que convocan cada tanto, nosotros nos presentamos ante el público todos los días.
Trabajo desde hace 65 años: empecé a los 15 o 16, y eso tuvo que ver con mi casa. La primera patria es la infancia. En mi hogar se escuchaba radio, había revistas, leíamos Patoruzito, y mi papá era corrector en el diario El Mundo. Por eso el diario era algo cotidiano. Yo aún no sabía leer, pero me fascinaban las imágenes y una historieta de contratapa, Periquita. Mi mamá, que había sido maestra, me enseñó, y entré al colegio sabiendo leer y escribir. A los 15, en esa contratapa ya no estaba Periquita, sino las notas de un señor que me impactó. Escribía en primera persona, usaba tipografías distintas, frases cortas. Me rompió la cabeza. Yo quería escribir en el diario y le pedía a mi papá que hablara con él.
Mientras tanto soñaba con ser el 9 de Boca, pero al ir a probarme Pepe D’Amico me dijo dos palabras que definieron mi futuro: “andate, pibe”. Así me volqué al periodismo deportivo, que tenía figuras como Pepe Peña y Dante Panzeri.
Finalmente, mi papá habló con ese señor y él pidió que me llevaran. Entré al edificio de Río de Janeiro 300, donde de chico había ido muchas veces con mi papá. Me recibió un hombre huraño, ceño fruncido, y yo le solté: “En este diario todos escriben mal, salvo usted”. En vez de echarme, me dijo: “Bueno, venga y escriba usted”. Así publiqué mi primera nota en el suplemento deportivo de El Mundo, que salía los lunes con 350 mil ejemplares. Lo más importante fue el prólogo que él escribió sobre darle oportunidades a los jóvenes, bajo el título “Arrorró mi crónica”. Ese hombre, más tarde, sería muy famoso: Bernardo Neustadt.
— ¡Qué locura! Y también me quedé pensando en esto tan dual: probarse en Boca y, al mismo tiempo, 65 años de carrera en los medios. ¿Le agradecés un poco a esa persona que te dijo “andate, pibe”?
— Por supuesto. Para los futboleros, el nombre de José D’Amico es fundamental en la historia del fútbol argentino. Sacó campeón a Boca y, al mismo tiempo, era director técnico, preparador físico y profesor. Yo lo tuve de profesor en la Escuela de Periodistas Deportivos del Círculo de Periodistas.
— Volviendo a este puntapié inicial, que para mí es impresionante: tantos años de carrera, pasaste por todos los formatos, gráfica, radio y televisión. ¿Cómo te fuiste adaptando a los cambios tecnológicos y al paso del tiempo?, ¿cómo fue mutando tu manera de trabajar?
— Como vos decís, hice de todo. Publiqué fotos, fui fotógrafo, soy, con orgullo lo digo, egresado de la Escuela Panamericana de Arte. Trabajé como dibujante, publiqué en Tía Vicenta. Yo creo que todos nosotros tenemos ganas de comunicar, de contar historias escribiendo, dibujando, sacando fotos, hablando, filmando, todo nos viene bien. No porque nos creamos potentes, sino porque todo nos despierta curiosidad.
Y ahora tenemos todos los fierros, porque siempre estamos atrás de la última novedad. Tenemos que ir alcanzando lo nuevo. Pero gracias a Dios estamos en condiciones de ofrecerle al público algo. Como decía mi querido amigo Mario Clavell: “nosotros trabajamos para la gente”. Los directores, los dueños de las empresas, los ministros, los jueces, no. A mí el que me importa es el público, pero no de una manera demagógica o conformista, sino porque en el público encuentro el estímulo. El público soy yo, mi vecino que recién estaba tirado debajo del auto viendo por qué se le calentaba el radiador. El que me escucha, el que me mira y también el que no. Y mi ilusión es que venga. A muchos les interesa el encendido, a mí me interesa el apagado.

— Y hablando de esa evolución tecnológica: en 1997 protagonizaste la primera transmisión vía Internet. ¿Te gusta que te digan que fuiste un precursor del streaming?, ¿qué significó eso para vos y para la radio a nivel nacional?
— Bueno, en términos futboleros, agarré un rebote de la máquina, estaba en el área y le pegué. No me siento Cristóbal Colón, pero fue un paso que dimos.
Startel, la empresa de Telecom que manejaba el cable, presentaba algo nuevo llamado Internet. Yo vivía con sueño porque me levantaba a las 3:30 de la mañana para trabajar y no fui a la primera reunión. Me volvieron a invitar y fui. Entre las masitas y el cansancio, no entendía mucho hasta que en la pantalla empezó a formarse, línea por línea, la imagen de la Casa Blanca, después la familia Clinton y finalmente el gato. Cuando escuché un “Yeah”, entendí: si tenía sonido, era radio.
Así empezó la primera transmisión original de radio por Internet: un programa completo, con cortina, continuidad y tanda, no un simple audio subido. Salimos el 13 de mayo de 1997, y dos años después instalamos la primera webcam en un estudio. Me dijeron de todo: que eso enfriaba la comunicación, que mataba la magia. Pero la única magia es trabajar, producir y soñar el programa varios días antes. Desde el inicio recibíamos mensajes de jóvenes oyentes de Valencia o donde estuvieran, porque no le tenían miedo al cambio y tenían mejor tecnología. Cuando sumamos la cámara dijeron que era televisión, pero seguía siendo radio: yo mostraba cartelitos, interactuaba, levantaba una botella si había un anuncio de agua mineral. Hoy parece obvio, pero en ese momento no había referencia: todo era nuevo y costaba asimilarlo.
— Hablando un poco más de la radio como formato: este año se cumplieron 105 años de la primera transmisión de “Los locos de la azotea”. A lo largo del tiempo dijeron mil veces que la radio iba a morir —con el streaming, la televisión, el cine— y, sin embargo, se rearma, genera nuevos formatos y sigue vigente. ¿Qué creés que la gente sigue encontrando hoy en la radio?
— La peor enfermedad del mundo es la soledad. Y la radio, antes que nada, hace eso: acompaña. La radio no está, en esencia, para editoriales políticas, aunque hoy todo sea política. La radio, antes que nada, habla del clima, del tránsito, de lo cotidiano, del trabajo, es un servicio. Yo no creo que lo que diga un conductor pueda modificar la opinión política de quien lo escucha, pensar eso es totalitario, es menospreciar la inteligencia del público. Pero estamos llenos de opinadores que presumen que van a cambiar la estructura ideológica del país. Yo no creo en eso. Yo aspiro a estar al lado del que maneja un camión, del que está con un microscopio en un laboratorio, del que está por ser operado o del cirujano que va a operar. Para mí, la radio pasa por otro lado.
Nosotros, los que hacemos radio, somos como el Pac-Man: aparece algo nuevo, la FM, la televisión, el streaming, y lo incorporamos. El streaming y el podcast son formas distintas, pero el podcast es básicamente radio envasada, con mucho valor artístico en muchos casos. Muchos contenidos que en la radio ya no tienen lugar van hacia el podcast porque ahí encuentran su espacio.
La materia prima de la radio no es la palabra ni el sonido: es el tiempo. Cuando apareció el cine mudo, decían que iba a matar a todo lo anterior. Después llegó el color, el sonido. Pero nada mató nada, todo convive. Con la radio pasa lo mismo. Siempre dicen: “La radio murió, AM murió”. Yo creo que lo primero es entender dónde estamos. Yo soy argentino, y Argentina es un territorio enorme, un país de grandes distancias. Acá todo queda lejos y en un país así, los dos grandes factores de civilización fueron el ferrocarril y la radio. La radio siempre llegó antes y más lejos. Por eso creo en la radio fuerte. Así nació la historia de nuestras grandes cadenas, con emisoras a lo largo y a lo ancho del país. Hoy, gracias a Internet y a YouTube, tenemos ida y vuelta. Preguntamos por una inundación en una zona de la Provincia de Buenos Aires y alguien que está ahí saca una foto o graba un video, nos lo manda por WhatsApp, y en segundos está al aire. ¿Qué otro medio puede hacer eso?

— Con todo este repaso que hicimos, ¿te quedó algún sueño o cuenta pendiente dentro de los medios o dentro de tu carrera? Algo que digas “no me animé”, “me gustaría hacerlo”, o quizá algo que estés pensando o armando ahora… ¿Tenemos alguna primicia?
— Hace un tiempo que hablo de los oyentes del exterior. Las mediciones actuales sólo contemplan Capital Federal y Gran Buenos Aires. Pero nosotros tenemos audiencia en toda la Argentina y en todo el mundo. Y nosotros, con la radio, llegamos a cada rincón de la Argentina y a todo el mundo. Entonces, empecemos a medirlo bien. No solamente por decir “me escuchan”, sino para sustentar la industria. Desde el punto de vista comercial y publicitario, la radio tira pepitas de oro al pozo todos los días sin aprovecharlas.
Nosotros somos radio, no podemos ser una dependencia de la tanda televisiva de los canales de Buenos Aires. Y vos sos muy joven, no sé si ubicas la expresión, pero nos dan “el último orejón del tarro” de la campaña de televisión. Tenemos que recuperar nuestra soberanía intelectual. Si yo fuese capataz de una radio, no hay ningún riesgo de que eso ocurra, aclaro, lo primero que haría es apagar los monitores en los estudios. Nunca vi un programa de televisión donde estén escuchando la radio, pero en radio siempre hay televisores encendidos.
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