La ciudad de Buenos Aires enfrenta una de las jornadas más sofocantes de la temporada, lo que ha activado un protocolo de emergencia climática diseñado para mitigar el impacto del calor en la salud pública. La red de refugios, que funciona desde hace dos años, integra edificios emblemáticos como la Usina del Arte y el Museo de Arte Moderno, junto con espacios verdes estratégicos como el Jardín Botánico y el Ecoparque. Estos lugares ofrecen ambientes climatizados o sombra natural densa, permitiendo que vecinos y turistas descansen en un entorno seguro antes de continuar con sus actividades.
Es fundamental destacar que estos centros están concebidos para el descanso y la recuperación térmica, pero no funcionan como postas sanitarias. Ante la aparición de síntomas compatibles con un golpe de calor —como mareos, náuseas o deshidratación severa—, las autoridades recomiendan contactar de inmediato al SAME (107). La estructura de prevención se completa con el refuerzo de Defensa Civil y Bomberos, quienes mantienen guardias activas y equipos de generación eléctrica para asistir en puntos críticos ante posibles fallas en el suministro de energía.
El diseño de esta política responde a la necesidad de adaptar la infraestructura urbana a fenómenos climáticos extremos cada vez más frecuentes. El acceso a estos oasis puede consultarse de forma sencilla a través de Boti, el chat de la Ciudad, donde se dispone de un mapa interactivo con las 82 ubicaciones. En un contexto de crisis climática, estos espacios dejan de ser una opción de confort para convertirse en una herramienta de supervivencia urbana indispensable para los sectores más vulnerables.
Como complemento a esta red, los especialistas insisten en la prevención individual: hidratación constante, evitar la exposición solar entre las 10 y las 17, y el consumo de alimentos frescos. La Ciudad ha transformado sus bibliotecas y centros culturales en escudos térmicos, promoviendo un uso consciente de lo público en beneficio de la salud comunitaria. En días donde el asfalto multiplica la sensación térmica, la planificación estatal y la responsabilidad ciudadana son las únicas vías para evitar tragedias sanitarias.
La implementación de estos refugios sitúa a Buenos Aires en línea con las grandes capitales del mundo que ya gestionan el estrés térmico como una prioridad de la agenda social. No se trata simplemente de aire acondicionado, sino de una estrategia de resiliencia que busca garantizar que la vida urbana no se detenga ante el rigor del termómetro, priorizando siempre la integridad de los adultos mayores y los niños.